Por Carina Suppo
Una escena inquietante apertura la ficción. Una anacronía que, de un modo elíptico, relata la historia de Leda, la protagonista. Pero, sobre todo, un viaje por las luces y las sombras de la maternidad.
La hija oscura de Elena Ferrante, publicada por Editorial Lumen, es una novela que pone en tensión las relaciones vinculares entre madres e hijas.
Leda es una profesora de literatura inglesa que decide vacacionar en un poblado de la costa del mar Jónico. Cambios en su cuerpo habían ejercido cierta influencia en su estado psicológico, una inusual felicidad le traía otros aires. Casi a sus cuarenta y ocho años se le perfilaba otro horizonte, libre de sujeciones.
La playa, el mar, la vida veraniega que se desplegaba frente a sus ojos le auguraban un paseo gratificante. Pero siempre hay un acontecimiento que irrumpe y saca del lugar.
La protagonista, testigo de una relación casi ideal se podría decir, entre una mujer, Nina, y su pequeña hija, Elena, comienza a ser atravesada por el presente de ambas y por los recuerdos de su propia historia. Esa esfera de contemplación: verlas jugar, reírse, disfrutar, la lleva a un tránsito donde revivir el vínculo con Marta y Bianca, sus hijas.
Una trama que se va entretejiendo de un modo elíptico deja al descubierto que las maternidades son diversas, que cada mujer construye como puede los modos de considerar y vivir esa experiencia tan particular y única.
Se puede disfrutar su versión cinematográfica en una plataforma de streaming, aunque como se dice en la jerga literaria, el libro supera a la pantalla.