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Joaquín Valinotti: el chico que picaba la pelota

El basquetbolista surgido en Almafuerte de Las Rosas, juega desde hace 6 años en Peñarol de Mar del Plata. Fue elegido como el mejor sexto jugador de la Liga Nacional.

Por Pablo Amadei

Hay una imagen de principios de siglo que los más veteranos del básquet de Almafuerte de Las Rosas guardan en su retina. Un chiquillo de 5, acaso 6 años, correteando mientras pica una pelota naranja más grande que sus manos por el gimnasio. Llega allí todos los días acompañando a su hermano Luciano, 7 años mayor que él y jugador de las inferiores del básquet local. Ese chiquillo quiere estar ahí, adonde está su hermano, sin saber seguramente lo que el destino le tendrá reservado cuando sea grande.

Ese chiquillo es hoy un hombre de 23 años y se encuentra sentado en la cocina de la casa familiar. Hace medio año que no estaba en Las Rosas y volvió a recibir el calor que solo mamá y papá pueden dar. Se llama Joaquín Valinotti, es jugador profesional de básquet en Peñarol de Mar del Plata y acaba de ser reconocido por la Liga Nacional como el mejor sexto jugador del torneo.

Es un premio raro, pensarán quienes desconocen de este deporte en el que juegan cinco jugadores por equipo. Podrían decir que el sexto jugador no es tan bueno como para ser titular. Nada más equivocado. Muchas veces son los encargados de cerrar un partido y en otras tienen un rol clave en el equipo. “Sabía que estaba la posibilidad porque había sido una buena temporada, muy regular. No sabía muy bien cómo era la premiación. Pensaba que podía estar, pero un poco me sorprendió”, confesó Valinotti en una tarde otoñal de viernes a El Impreso del Oeste.

En la casa familiar la estrella no es Joaquín, sino Ciro, que está un poco viejo y se pone mimoso. Tiene 13 años, es decir que conoce a Joaquín de cuando era un niño y picaba esa pelota naranja por todos lados. Ciro es un perro labrador que empieza a tener los achaques propios de la vejez, pero que no pierde las ganas de ladrar cuando lo dejan en el patio, ni de salir a husmear a la vereda cuando abren la puerta. “No lo acaricies porque no te lo sacás más de encima”, es la advertencia apenas uno llega a la casa.

Ciro y Joaquín se extrañan cuando no están. Cuando está lejos, el chico que pica la pelota desde pequeño pide que le manden fotos del perro. Para el pichicho, la forma de demostrar afecto es quedarse durante toda la charla tirado en el piso junto a Joaquín, de la misma manera que a la noche es el primero en acomodarse a los pies de papá Néstor y mamá Susana para ver televisión.

En casa

Estar en Las Rosas, su ciudad de la infancia y primera adolescencia le permite encontrarse con esos olores, esos colores que quedan impregnados en la memoria y que se refrescan con cada esporádica venida. “Acá está mi familia, estoy todo el día en casa. Están mis amigos de toda la vida. Voy al club donde me tratan bárbaro, puedo usar lo que quiera y cuando quiera. Está todo a disposición y además está hermoso”, contó Joaquín.

En este breve tiempo de vacaciones nunca dejó de entrenar porque no hay que perder ni la forma física ni la distancia con el aro. Pero además, se hizo tiempo cada vez que lo llamaron para dar una charla algunos clubes de la región. “Los chicos a los que les gusta el básquet te ven como un ejemplo. Si yo fuera chico me gustaría ver a un jugador de Liga Nacional. Entonces me presto cada vez que me llaman”.

Joaquín sabe que está en un lugar que cualquiera que ama un deporte quisiera estar. En la elite nacional, jugando en estadios llenos y encima cobrando por ello: “Soy muy consciente de lo que me pasa. Te pones a sacar número de la cantidad de pibes que hay jugando al básquet en todo el país, ponele que de todos los que jueguen a la mitad le gustaría llegar a jugar profesional. Es una cantidad de gente impresionante. Lo mismo la gente que no juega al básquet, pero le encantaría ser profesional y te ven ahí y se vuelven loco. Esa buenísimo, es muy sacrificado, pero es muy bueno estar ahí”.

Y vaya que es sacrificado, para los que piensan que solo alcanza con picar la pelota. Sino que lo diga Joaquín las que tuvo que pasar para llegar adonde está hoy. Para empezar, su llegada a Peñarol con apenas 16 años fue una especie de cuento de hadas porque en solo tres meses pasó de jugar de la Asociación Cañadense a la Liga Nacional sin anestesia.

Por aquel entonces, a fines del 2005, Joaquín jugaba sus primeros partidos en la primera de Almafuerte, un poco a la sombra de su hermano Luciano, que por esos años ya se destacaba como un exquisito base. Probablemente por su contextura física Joaquín heredó ese puesto, el de armador. Era un flaco que ya jugaba a pura electricidad, con una intensidad que hoy sigue siendo una de sus principales características. “Siempre bromeamos diciendo que se guardaba toda la energía para jugar al básquet, porque cada vez que le pedíamos que hiciera algo en la casa era lento para todo”, contó su madre.

Lo inesperado

Joaquín ni siquiera estaba en el radar de los reclutadores que recorren todo el país buscando un talento escondido, un diamante en bruto. El que si lo estaba era su compañero de equipo Nicolás Franco, un año menor que Joaquín, y que ya por aquel entonces medía cerca de dos metros. Había sido convocado un par de años antes en un Plan Nacional de Altura. Una especie de captación de futuros valores que la Confederación Argentina de Básquet lleva adelante buscando a los más altos por todo el país.

Franco ya jugaba en la Selección Nacional de su categoría y con 15 años empezaba a probarse en los juveniles de los equipos de la Liga. Joaquín lo acompañaba buscando el mismo destino, pero no lograba que nadie se interese por sus condiciones. “Quedaba Nico Franco y yo no. Los clubes lo querían a Nico, yo iba como en el combo. Lo veía como muy lejano quedarme en un club”, relató.

Hasta que llegó una oportunidad en Peñarol de Mar del Plata, uno de los grandes del básquet nacional. Y allí fue otra vez junto a Nico Franco. Sin tantas ilusiones, si ya había quedado afuera de otros equipos menos importantes. Pero el destino esta vez le tenía preparada una carta marcada. No recuerda bien ni quién fue ni cómo. Pero después de una semana de entrenar le dijeron que querían contar con él. Joaquín no lo dudó ni un minuto y sus padres intentaron poner a prueba su convencimiento: “Hasta el último día me preguntaron si estaba seguro de quedarme en Mar del Plata. Y les dije que sí”.

De un día para el otro hubo que cambiar todo, rearmarse. Era febrero y estaba por empezar el quinto año en Las Rosas, pensando que un año después iba a ir a la universidad. “Me hacia la idea de que iba a estudiar algo en Rosario. Me gustaba kinesiología, pero en Rosario era privada y tenía que irme a Córdoba. Y si no hubiera estudiado alguna ingeniería que son las cosas que empezaron mis dos hermanos y que además es la profesión de mi viejo. Creo que hubiera ido por ese lado, aunque no sé si me hubiera gustado tanto”, indicó.

No fue ni una cosa ni la otra. Fue dejar de vivir con sus padres para pasar a convivir en un departamento alquilado por el club junto a Franco, que, por supuesto quedó, y otros tres chicos más. Como ellos, llenos de ilusiones, de sueños dorados.

Eran días de escuela para terminar el secundario, de entrenamientos, de gimnasio para moldear el físico y de partidos. Una rutina que apenas si dejaba algún hueco para la melancolía. “Cuando era más chico los domingos eran muy duros porque entrenaba de lunes a viernes todo el día, los sábados jugaba o entrenaba y el domingo eran el día que estaba tirado en el departamento haciendo nada. Ahí es cuando te sentís mas solo porque después estaba todo el tiempo acompañado. Cuando era más chico los domingos de invierno a la tardecita, eran los momentos más difíciles”, rememoró.

Madurar a la fuerza

Fueron años de madurar a la fuerza y a ritmo acelerado. “Alejarte de tu familia, bancarte la presión de tener que rendir permanentemente es muy grande, a veces sentís que no avanzás. El haberme ido de mi casa tan chico te hace hacer cosas que si vivís con tu viejo hasta grande no las desarrollás. El acostumbrarme a estar lejos hace que no me cueste tanto. Te hace madurar más temprano”, reconoció.

“Adentro de la cancha me siento más maduro, manejando los tiempos. Estoy más fuerte físicamente y me puedo bancar uno contra uno de jugadores más grandes. Ves una foto de cuando llegué y una ahora y son dos personas diferentes. Afuera soy mucho más profesional, si bien siempre fui muy dedicado. Cuando era chico no me gustaba que me reten así que hacía todo al pie de la letra. Hoy por hoy lo hago más por mí que porque no me reten”, agregó.

Hoy, seis años después de su llegada a Peñarol y jugando varias temporadas alternando en el equipo de primera y con los juveniles, vino el momento de la explosión. Para empezar, aseguró que la gente lo reconoce más por las calles marplatenses, aunque se pone vergonzoso cuando le piden autógrafos. “Autógrafos no, pero me saludan por la calle. Esta temporada me saludaba gente en la calle que no había visto en mi vida, lo empezás a asimilar y a naturalizar, pero no es normal que alguien que no conocés te salude, es muy bueno”.

Hay también una novia marplatense fanática de Peñarol, a la que conoció en un boliche por amigos en común y con la que se lo ve en sus redes sociales muy enamorado. Y por si fuera poco, una carrera universitaria incipiente en Relaciones Internacionales con un par de meses de cursado.

Reconocimiento

Por supuesto está el reconocimiento de sus pares. Ese que abre nuevas ilusiones y expectativas, más teniendo en cuenta que en junio se vence su contrato por primera vez desde que está en el club. Es decir, será el debut en el mercado de pases. “Es muy difícil hablar del futuro porque tengo que ver las opciones. Todavía es muy temprano para el mercado de pases. Falta mucho para que vuelva a arrancar. Los primeros jugadores que arreglan son los más grandes, los de más experiencia. Tengo que escuchar qué opciones tengo”.

Soñar con jugar en la selección, con jugar en el extranjero. ¿Por qué no? Si aquel chiquillo de 5, acaso 6 años que correteaba en un gimnasio picando una pelota más grande que sus manos, hoy ya es un hombre hecho y derecho. Y sabe que a fuerza de dedicación y sacrificio todo se puede. Si hasta acá su vida fue así, por qué habría de ser diferente mañana.

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