Por Dra. Martina Poet, pediatra
En los últimos años se comenzó a hablar de los “primeros mil días”. Para los que no lo han escuchado aún, este término se refiere al período que abarca la gestación y los dos primeros años de vida del niño fuera del útero. Es de extrema importancia para el crecimiento, el desarrollo y una oportunidad para la prevención de enfermedades vinculadas a la alimentación, que pueden tener expresión hasta en la vida adulta.
La situación nutricional durante las etapas prenatal y posnatal puede influir en la susceptibilidad del adulto a padecer ciertas enfermedades crónicas. Por eso, se torna necesario convocar a la acción de cada familia y de la sociedad en su conjunto.
Período sensible
David Barker (1938-2013), médico epidemiólogo inglés, estableció que “Una vida saludable comienza en el útero. Las mujeres embarazadas que se alimentan bien, controlan su peso y se mantienen activas, pueden mejorar las posibilidades de que sus bebés, aún no nacidos, tengan una vida saludable al nacer y se conviertan en adultos sanos.”
Este nuevo paradigma explicó el origen de las principales enfermedades crónicas del adulto, como por ejemplo las cardiovasculares, diabetes, obesidad, algunos tipos de cáncer, enfermedades neurodegenerativas, inmunológicas (asma, rinitis, dermatitis atópica), mentales (déficit de atención e hiperactividad, esquizofrenia) y reproductivas (trastornos de la fertilidad).
El concepto DOHaD (Developmental Origins of Health and Disease) también conocido como “la ciencia de la programación del desarrollo”, describió cómo los estímulos ambientales en el útero programan el metabolismo del feto, a través de mecanismos epigenéticos que determinan la salud o enfermedad en el curso de la vida.
Esto nos presenta una nueva perspectiva en la comprensión de las enfermedades y nos sitúa, como pediatras, en una posición ineludible para tomar acción y fortalecer la prevención desde antes de la concepción.
Algunos tejidos, órganos y sistemas se desarrollan completamente antes del nacimiento, mientras que otros como el cerebro, el sistema inmune y el metabólico, continúan desarrollándose hasta la adolescencia. Según el tejido expuesto y el tiempo de exposición, se inducen cambios en la expresión de los genes (mecanismos epigenéticos) conduciendo a alteraciones específicas en el metabolismo postnatal y en la respuesta conductual que puede manifestarse en la vida adulta como problemas de salud.
Los efectos pueden no ser visibles al nacer, dado que no ocasionan defectos de nacimiento o malformaciones evidentes sino que se trata de cambios funcionales sutiles, que llegan a manifestarse luego de un período de latencia de meses, años o décadas. Estas alteraciones pueden transmitirse a través de las células germinales a las generaciones siguientes, dando como resultado efectos transgeneracionales.
¿Qué podemos hacer para cuidar esta etapa tan sensible?
En primera instancia, es fundamental tomar cuidados preconcepcionales, es decir, asistir a controles clínicos y ginecológicos antes de planificar un embarazo, para lograr un embarazo y parto saludables. Y, luego de la gestación, asistir regularmente a los controles de salud pediátricos.
Además, es importante generar en hábitos saludables, tanto en la persona gestante como en el niño pequeño. Tomar agua, realizar actividad física, promover el juego, pasar tiempo al aire libre en contacto con la naturaleza, promoviendo situaciones de aprendizaje, y dormir o facilitar un sueño seguro en los primeros años de vida son piezas angulares.
La alimentación saludable es otro pilar. Consumir alimentos reales, como frutas, verduras, huevo, carnes, cereales, legumbres, lácteos, evitando los alimentos ultraprocesados (productos industriales en base a sustancias extraídas de alimentos con aditivos que imitan el color, sabor o textura, como las gaseosas, bebidas y jugos azucarados, snacks dulces o salados, golosinas, panificados industrializados, facturas, tortas, cereales endulzados, entre otros).
La lactancia materna siempre es una buena vía para prevenir ciertas enfermedades. Por eso favorecerla es fundamental, seguida de una buena alimentación por parte de la madre. También evitar la automedicación y protegerse ante tóxicos ambientales.
Una crianza afectuosa no es menor. El afecto y las experiencias emocionales positivas son fundamentales para el desarrollo cognitivo, del lenguaje y de las destrezas sociales y emocionales.
Por último, sin políticas públicas que protejan la maternidad, la lactancia y las infancias todo se torna cuesta arriba. Existe la Ley Nacional 27.611 de “Atención y Cuidado Integral de la Salud durante el Embarazo y la Primera Infancia”, conocida como Ley de los 1000 días y Programas en nuestra provincia que resultan clave, pero considero que es necesario además el acompañamiento de cada uno de nosotros, respetando las licencias por maternidad, no discriminando en los empleos, lograr que el parto respetado no sea solo privilegio de pocos, armando entornos de crianza favorables, cediendo el turno en una fila, adecuando un lugar para la lactancia, brindando meriendas saludables en jardines y escuelas, acompañando con respeto a los y las que cuidan a las infancias, sin importar nuestra edad, género o profesión, todos podemos aportar nuestro granito de arena.
Los beneficios de dichos cuidados son para siempre. Mil días para toda la vida.