Por Chama M. Nóbile
En un mundo donde prima el capitalismo salvaje, imponiendo el consumo por el consumo mismo, creando necesidades que no existen y que van de la mano con el sistema de obsolescencia programada de productos de consumo efímero y costosos, hay un submundo que propone parar, observar y actuar en base a lo que uno realmente necesita.
Ya sea de la mano de la slow food, la slow fashion o los movimientos de zero waste o cero market, hay una comunidad creciente de gente que propone el consumo consciente de productos y servicios que no impacten negativamente sobre el ecosistema.
La idea que prima es “volver a las raíces”, a la comida hecha en casa, con productos de proximidad y de origen agroecológico; la moda de segunda mano, la vuelta a las bolsas y empaques reutilizables para contrarrestar la invasión plástica de mares, ecosistemas e incluso de nuestros cuerpos, entre otras acciones que nos llevan a vivir de una manera más consciente y a consumir intentando generar el menor impacto o huella de carbono posible.
Dentro de ese contexto que resumidamente describo y que, sin dudas, no menciona otras formas de “humanidad amigable con el ambiente” o “ecofriendly”, se inscribe el mundo de la cosmética natural, una tendencia que paulatinamente toma fuerza, no por moda, sino por sus resultados.
Cosmética natural
Cuando hablo de cosmética natural no me estoy refiriendo a las grandes empresas dedicadas a la belleza y el cuidado del cuerpo que bajo un aparente halo de “consciencia verde” o “greenwashing” y mucho marketing que usa hasta el hartazgo la palabra “sustentable”, no dejan de ser mega corporaciones que poco y nada les interesa el cuidado del ambiente y de los cuerpos en relación al cuidado de sus finanzas.
Con cosmética natural me estoy refiriendo a una manera amorosa de elaborar productos artesanales, con respeto y cuidado de los recursos, sin grandes cadenas de producción, con embalajes que produzcan la menor cantidad de basura posible y elaborados con ingredientes de los cuales se conozca su origen (o al menos de la mayoría de éstos). Es un volver a los métodos caseros de abuelas y bisabuelas, a reencontrar sabidurías ancestrales y no dejarse llevar por la corriente de ciertas modas que pretenden vendernos un modelo de vida sana.
Personalmente ingresé al mundo de la cosmética natural y artesanal durante 2020 en la parte más estricta que imponía la cuarentena por el Covid-19. Ya conocía y usaba productos de origen artesanal y me motivaba el hecho de poder elaborarlos yo misma para mí y mis afectos. Un par de cursos básicos virtuales y la compra de un primer combo de materias primas fue mi arranque. A partir de allí, fueron muchos libros y horas de tutoriales, investigación sobre el origen de los materiales, sus pros y sus contras, lo que decían y lo que callaban quienes pregonaban las bondades de este mundo.
Tejiendo redes
También empecé a tejer redes con otras mujeres que, al igual que yo, comenzaban o ya transitaban este mágico mundo de “pociones” y mezclas magistrales para fortalecer el cabello, reparar labios partidos, desodorizar nuestros cuerpos, calmar dolores o borrar arrugas. De pronto se abrió ante mí un mundo fascinante que aún estoy descubriendo y que no se rige por estructuras demasiado estandarizadas, sino que tiene mucho de intuición y de toques personales. Así como un chef elabora sus platos para conquistar paladares, quienes hacemos cosmética natural, biocosmética y/o fitocosmética, también imponemos nuestra impronta.
Mis fórmulas, que a diferencia de reconocidas marcas de cosmética, no son testeados en animales, mezclan elementos de origen natural que son procesados por la industria química o alimenticia -como los tensioactivos, los emulsionantes y los aceites esenciales- con principios activos de plantas que encuentro en mi propio jardín o dando una vuelta por la ciudad. Los elementos usados crecen en patios, veredas, terrenos baldíos y macetas y muchas veces, lo que parece un mero “yuyo” es una poderosa planta con un cúmulo de bondades para ofrecernos.
Natural no es inocuo
Pero natural no quiere decir, inocuo, sino que se refiere al origen vegetal de los compuestos de las formulaciones y que hay que conocer en profundidad si no queremos padecer efectos secundarios. Por ese motivo, la cosmética natural es muy personalizada y conocer a quienes usan estos productos también es parte de la elaboración. No a todos les hace bien un jabón de avena y miel o muchas pieles pueden resultar agredidas con un jabón exfoliante con una cantidad inadecuada de fitoelementos.
Es un aprendizaje constante y ya que tampoco utiliza siempre los mismos ingredientes -en mi caso me gusta echar mano de las plantas de estación- los resultados pueden variar. Porque además nuestros cuerpos también cambian. Todo depende de la época del año que transitamos y situaciones personales que repercuten en nuestra nuestra psiquis y se reflejan en la piel o el cuero cabelludo.
Con esta serie de columnas, vamos a ir adentrándonos en este fascinante mundo para conocer más sobre la cosmética natural y sus uso responsable.