Por Elisa Ridolfo
Para comprender el tema es necesario retomar algunas cuestiones dichas en la columna de la edición anterior, respecto a la necesidad de adoptar una mirada bebé-niñocentrista. Eso es contrario a pensar en reglas, mandatos y exigencias que debe tener en cuenta un niño, ya que esa óptica adoptada es adultocentrista, o sea, enfocada en lo que al adulto le molesta o incomoda. Y, generalmente, a los adultos nos incomodan las reacciones de los niños y niñas.
A partir de plantarnos desde ese otro lugar, o de hacer una “bajada de honestidad”, podremos comenzar a pensar algunas primeras preguntas frente a un berrinche de nuestros hijos: ¿Cómo llegó hasta acá el niño? ¿Qué pasó? ¿Qué fue lo que lo desreguló?
Repasemos el término regulación, como sinónimo de equilibrio, armonía, bienestar, satisfacción, placer emocional y corporal. Un bebé regulado es un bebé que pudo satisfacer sus necesidades esenciales y confía en la persona que lo cuida, porque responde a sus pedidos.
Probablemente algo pasó para que ese niño/a esté tan enojado. Escucho a mapadres decir muy seguido: “se enoja por todo”, “no sabe esperar”, “cada vez que le digo no hace berrinche” o “se porta mal”.
Encuadrar y anticipar
Los niños y las niñas se portan acorde a su edad. Son genéticamente curiosos y exploran con libertad el mundo que los rodea. Dan rienda libre a sus impulsos. No tienen noción del peligro o del riesgo que pueden implicar ciertas acciones.
Por eso, la tarea de los adultos cuidadores debería ser el de mostrar lo que se puede y lo que no se puede hacer en cada lugar. A eso lo denomino encuadre.
Un ejemplo puede ayudar a graficarlo mejor. Supongamos que llevamos a nuestra hija a jugar a la casa de una amiguita, Juana. Al llegar, la mamá de su la pequeña les especifica que pueden jugar en el dormitorio de Juana, en el comedor, en el living pero que no pueden jugar en un rincón específico de la cocina ya que tiene muchas cosas que se rompen y pueden lastimarlas. En esta situación se vislumbra con claridad el encuadre, aclarando donde sí y donde no pueden jugar. Además, también hay una medida anticipatoria, ya que el adulto responsable indicó en qué espacio corren peligro de lastimarse, sintiendo las niñas que ese no, ese límite impuesto es de cuidado.
Brindar medidas anticipatorias es fundamental para generar en el niño seguridad y tranquilidad. Si está jugando en su pieza con sus juguetes, muy tranquilo y entusiasmado, y un adulto irrumpe levantándolo de repente, poniéndole la campera y subiéndolo al coche para salir al supermercado sin decirle nada, lo más probable es que ese pequeño comience a gritar, tirándose hacia atrás, comenzando a hacer un berrinche. Te invito a pensarte en situación y a que te preguntes ¿Qué te pasaría si sos vos el niño? ¿Acaso no te enojarías?
De allí la importancia de anticipar. En la situación anterior, debería haberme acercado al niño, que está jugando tranquilo, y explicarle que va a tener que dejar de jugar en un ratito, porque nos tenemos que ir a hacer mandados, diciéndole que lo voy a abrigar previamente. Para ayudarme a medir “ese ratito” puedo utilizar algún elemento, como ser el reloj (“cuando el reloj suene nos vamos”), el televisor (“cuando el televisor se apague nos vamos”), o contarle que “cuando mamá termina de cambiarse” es hora de salir.
El diálogo también es fundamental. Narrar lo que va sucediendo y lo que va a suceder ayudará en esta tarea de la anticipación. El niño es una persona, no nos olvidemos. No es un objeto, no podemos manipularlo a nuestro antojo. Siente, aprende y cada acción sobre él deja huella.
Si “ponemos límites” de forma brusca y le hacemos sentir que ha hecho algo malo, es muy probable que el niño o niña sienta que “es malo” o que “no es suficiente”. Poner límites sin haber avisado antes el encuadre resulta muy frustrante y, por lo tanto, violento.
De aquí que los castigos no tienen sentido, en absoluto. El propósito del castigo es hacer sufrir, instalar el miedo al sufrimiento. Si el niño hizo algo “malo”, peligroso o inaceptable, es importante que comprenda los efectos de sus actos.
El problema en el castigo es que el niño no puede separar la acción de su persona y cuando lo castigás le estás diciendo a él que está mal, que no sirve, que merece sufrir.
Sigamos reflexionando sobre esto. ¿Cuántas veces repetimos conceptos aprendidos que se transmiten por costumbre, de generación en generación, sin siquiera saber por qué los decimos? ¿Qué es portarse mal? ¿Qué significa ser un “buen niño”? Todas las respuestas conllevan a un solo beneficio: complacer al adulto. Pero eso, ¿Es verdaderamente lo que importa?.