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sábado, noviembre 23, 2024
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Perros de la noche

Por Darío Rivadero

Los perros de la cuadra alborotan la noche. Ladran, aún los que no nos ven hocican el aire en todas direcciones y escupen ladridos de babas colgantes. 

Nosotros caminamos con la omnipotencia de ser muchos y estar armados. Estamos seguros, decididos y queremos terminar con esto que dicen pasa en todos lados. Nos detenemos en la oscuridad formando un círculo. Marcos se levanta la capucha y habla. 

-Es aquella casa- y señala una entrada con tejido nido de abejas. 

Todos miramos. La puerta es primaria, endeble. Él parece leerme la mente. 

-Con una patada se cae. 

Charli mete un pie en la cuneta llena de barro. Nadie se ríe ni le dice nada, estamos demasiado nerviosos como para reírnos o decirle boludo. Hay un plan. 

Primero deben entrar los cuatro que tienen palos, después las tres pistolas; el resto de las armas quedan afuera, por si alguien quiere tomar partido. Hay dos camionetas y cuatro autos a la salida de este barrio mugroso. 

Entramos despacio. En el patio del fondo se ve una moto atada con una soga a un paraíso y muchas bicicletas dentro de un galpón pequeño. Calculo que deben ser veinticinco o treinta. Nos miramos de esa forma que parece darle la razón al otro. 

Marcos patea la puerta y entra. Yo soy el segundo. Arrebatados, los que vienen detrás de mí, me empujan a un costado y doy sobre una mesa precaria que se desmorona. Caen sobre mi cabeza platos, vasos, cubiertos y no sé qué otras cosas más. Me siento estúpido. 

Se sienten los golpes y los gritos. Me muevo de rodillas hasta la entrada del corto pasillo y me pongo de pie. Las linternas van iluminando de manera caprichosa lo que ocurre por delante. La casa tiene dos piezas y un bañito ridículamente pequeño y sin puerta. Escucho el ruido del golpe del bate de Marcos sobre una cabeza. Sé que es una cabeza aunque no haya visto el momento del impacto. 

Ninguna otra cosa puede sonar así. Es un golpe seco y rotundo. Una mujer llora y ruega a la vez: ¡Pará, pará! 

Me pongo de pie y avanzo. A la mujer le pegan en el cuerpo y le gritan cállate. Los nuestros tienen los ojos infectados de ira y parecen querer salírseles de la cara. 

Dos afirman desde la otra pieza: “es éste, es éste”. Cuando entro lo están pateando en el piso. Marcos viene del otro cuarto y le tira un batazo que intenta atajar con el antebrazo. El hueso se quiebra y sale por entre la piel. Es de un blanco casi inmaculado. Por un par de segundos una de las linternas le inunda la cara de luz al chico. Es un flaquito de quince o dieciséis años con cara de pánico. 

Charli me empuja para el otro lado y me dice que ayude a cuidar a la mujer, que quiere venir adonde esta Marcos y los demás dejando el mensaje. 

Le gritan mierdita negra, no te van a quedar más ganas, rata hija de puta, morite. 

Los otros chicos que están ahí piden por la madre pero los tiran al piso cuando quieren salir. Hay solo dos camas aunque los pibes son cuatro. Charli le pega una piña a la mujer que cae al lado del marido que está tirado en medio de un charco de sangre. Parece no entender lo que ocurre. 

-Vamos- gritan desde afuera. 

Nos atropellamos en la angosta puerta. Algunos vecinos salieron a la calle. Los nuestros de afuera tiran ráfagas de tiros al aire. Uno nos insulta y amenaza. A ese, no se quién en medio de la madrugada, le tira dos tiros que dan en la vereda donde está parado. Las balas rebotan a dos o tres metros pero el tipo no se mueve. 

-Justicia, mierda- grita Marcos. 

Todo el grupo va con pasos rápidos en dirección a las camionetas. Tres o cuatro de nosotros vamos caminando hacia atrás para cubrir la retirada. Las luces de las demás casas comienzan a encenderse. Amarillas, pobres, vacilantes. En un rincón del tejido nido de abejas veo un cartel en sombras que está inclinado. En otra ocasión me hubiese reído porque tiene escrito “vici” con ve corta. 

Aceleramos el paso y subimos de un salto a la caja de las camionetas que encienden las luces y arrancan. A mitad de camino Morales viene hacia nosotros por el medio de la calle cuando debería estar en los autos que esperan en la avenida. Hace señas. Marcos saca medio cuerpo por la ventanilla y le pregunta, “¿Qué pasa?”, “la casa”, “¿Qué mierda pasa con la casa?”. Nadie entiende. 

Morales dice: “era la de la otra cuadra”. 

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