A 46 años de que aquellas Madres y Abuelas reconfiguraran el espacio público que se le asignaba a las mujeres, para convertirse hoy en bandera de las luchas populares y feministas en todo el mundo.
Por Manu Abuela
Era 30 de abril de 1977 y un grupo de mujeres con pañales de tela atados en sus cabezas se reunió en Plaza de Mayo bajo la consigna “¿Dónde están nuestros hijos?”. Tomando literalmente la orden policial de “circular” -y burlándose de la Federal que protegía a genocidas- aquellas mujeres unidas se tomaron de los brazos y comenzaron a dar vueltas alrededor de la Pirámide de Mayo. Lo que no sospechaban, quizás envueltas en el dolor y la desesperación por saber qué hizo la dictadura cívico-eclesiástica-militar con sus hijos e hijas, era que esa ronda seguiría girando y que nunca más se soltarían la mano. En las calles, un ámbito masculino, ellas transcenderían el tiempo y se convertirían en un faro para las organizaciones colectivas a favor de los derechos humanos, como lo son los feminismos.
“Individualmente no vamos a conseguir nada. ¿Por qué no vamos todas a la Plaza de Mayo? Cuando vea que somos muchas, Jorge Videla tendrá que recibirnos”, dijo Azucena Villaflor, quien encabezó la organización de estas mujeres-madres hasta su desaparición, en octubre de ese mismo año, luego de que Astiz se infiltrara en la Iglesia de la Santa Cruz haciéndose pasar como familiar de una víctima de la represión para ganarse su confianza y luego atraparla con las garras del sistema torturador-asesino del que formaba parte.
Aunque ya había un antecedente de marcha, ya que habían asistido a la procesión de la Basílica de Luján organizada por el día de la madre en diciembre de 1976, esa primera ronda de los jueves cambiaría para siempre su forma de vida. Es que, antes de que el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional se convirtiera por la fuerza en el gobierno de turno, estas mujeres no militaban en ninguna agrupación política, ni se salían del estereotipo que, para las de su género, la época y el sistema patriarcal les tenía asignado: buenas madres, esposas, amas de casa, alguna que otra docente, enfermera; nada disruptivo.
“Mi mamá era un ama de casa que se ocupaba de sus hijos y del marido. Siempre preparaba la comida al mediodía o la encontrabas cebando mate a la tarde y ayudando con las tareas escolares y extraescolares. Pero, a partir de ese momento, al mediodía, me dejaba la comida preparada y salía a tener su actividad”, contó la hija de Azucena, Cecilia de Vicenti, en el Tribunal Oral Federal N°5 de Comodoro Py durante el juicio ESMA.
Aunque en un primer momento el aparato represor subestimó a estas mujeres organizadas, llamándolas locas o desquiciadas por su accionar repetitivo e incansable en comisarías, dependencias judiciales y de gobierno presentando habeas corpus y preguntando por el paradero de sus hijos e hijas, con el tiempo se convirtieron en una amenaza. Pero, ¿qué ponían en jaque aquellas madres perseverantes?
Mamá en la calle
Claudia Laudano realizó en 1995 un análisis de los discursos que la última dictadura dirigía a las mujeres, a través del estudio de diversos documentos históricos. Observó que los altos mandos genocidas se dirigían a ellas en sus actos con una misión especial: defender y alejar a sus hijos e hijas de la “subversión”. Ellas debían formarlos en los valores cristianos y occidentales que la dictadura imponía como únicos válidos. Y su accionar llegaba hasta vigilar y denunciar a sus propios hijos de ser necesario, si se salían del “buen camino”.
Así, llevando como bastión el modelo naturalizado de familia nuclear, los roles se repartían como también los poderes, no alterando la autoridad que un padre de familia debía encarnar y atribuyéndole a la mujer-madre la función de control familiar, a modo de policía. De esta forma, dentro de su casa la mujer era la “reina”, aunque por fuera del espacio doméstico no contara con esa posición.
De allí la saña especial para con algunas de las miembras fundadoras de Madres como Azucena, Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco. A sus muertes se le sumó el maltrato y descrédito que el resto debió padecer hasta 1983, o incluso tiempo después finalizado el horror. Es que el hecho de salir a buscar a su progenie, lejos de su hogar, implicaba el incumplimiento y hasta un “fracaso” de aquel deber patriótico que les cabía. Un trastocamiento del orden sexo-género impuesto, saliéndose de “su” ámbito para comenzar a habitar las calles.
Todo ello implicó un desafío a la autoridad y a la violencia estatal sistematizada, un cuestionamiento a los lugares socialmente femeninos y una reconfiguración de lo materno. En ese acto de salir a marchar, en ronda, las Madres y Abuelas reconfigurarían un lugar históricamente denegado para las mujeres. Y, por eso, fueron socialmente culpabilizadas por la desaparición de sus hijos, debiendo escuchar frases como “si se lo llevaron por algo será”.
Pero estos discursos de odio no las frenaron. Ellas reunidas en comisarías, casas cuna, Iglesias, regimientos y hospitales “cruzaron repetidamente las fronteras que separaban la casa de la calle y perturbaron la esfera de aparición y reconocimiento de los géneros; y lo hicieron tanto con su discurso como con sus reclamaciones corporizadas, esto es, con sus rondas, gestos y pañuelos blancos, y con la congregación persistente, pese a la violencia del régimen de facto, de los cuerpos en la calle”, expresó Laudano.
Lo personal es político
Con esta nueva forma de socializar la pérdida y transitar el duelo, ya no de forma individual sino colectiva, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo instituyeron una novedosa forma de activismo, vinculando la responsabilidad individual -de cada madre y familia- y social por la memoria, la vida y la justicia.
Y en esta reconfiguración, los cuerpos feminizados tomaron otro rol, “callejero”, que modificó para siempre la forma de militancia de las mujeres en contextos de postdictadura.
Aunque las Madres no se habían puesto como objetivo este cuestionamiento a los roles de género patriarcales, lo cierto es que así lo hicieron. “Nos resultaba muy difícil descubrir el carácter patriarcal de la maternidad, teniendo en cuenta que nuestra identidad como movimiento partía de ese rol tradicional”, reflexionó en una entrevista Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadoras. Sus hijos e hijas subvirtieron al poder político y ellas los roles tradicionales que la dictadura intentó imponer.
El 9 de abril de 1984, un mes después del histórico primer Día Internacional de la Mujer conmemorado en las calles, el feminismo organizó un importante homenaje a las Abuelas, Madres y Familiares de detenidos y desaparecidos. Y tres años después de la vuelta a la democracia, en 1986, se organizó el Primer Encuentro Nacional de Mujeres en Buenos Aires, donde las Madres fueron convocadas a participar como referentas de los Derechos Humanos. Norita expresó que, aunque al principio la palabra feminismo la asustaba un poco, decidió asistir igual a esa primera jornada, que transformaría su visión sobre el movimiento y la volvería parte de él.
Allí, en ese primer encuentro, se reflexionó en diversas mesas y paneles sobre cómo el terrorismo de Estado desplegó una persecución particular hacia las mujeres, no sólo por la violencia sexual a la que fueron sometidas como forma de tortura aquellas detenidas de forma ilegal -como forma de naturalizar el “disciplinamiento de género”-, sino en materia de retrocesos de sus derechos. En efecto, el status social de la mujer era similar a la de un niño, con la diferencia que podían votar; pero no tenían la patria potestad de sus hijos o eran consideradas incapaces de hecho.
Estos debates y reflexiones en clave de género sobre los años del Proceso hicieron que Nora y algunas de sus compañeras pudieran cuestionarse el nuevo lugar que ocupaban en la sociedad y comenzar a habitarlo de forma consciente. “Pasar de la vida privada a la vida pública me costó mucho en mi vida privada. Para mi marido fue un doble golpe: lo despojaron del hijo y de la mujer. Yo no me di cuenta todo lo que yo había cambiado. Las Madres salimos por una actitud visceral, que se transformó en política porque el hecho era político”, dijo.
Sus dichos se empalman con el relato de Cecilia di Vicenti acerca de su mamá -Azucena-, como con en el de otras Madres y Abuelas. Mujeres que lucharon por la vida de sus hijos y por la restitución de sus nietos construyendo una nueva impronta sobre la política del cuidado y el activismo que se renueva en las manifestaciones feministas actuales.
Las Abuelas me enseñaron a luchar
La lucha de las mujeres organizadas en las calles es el hilo que une a los feminismos actuales con la militancia por los Derechos Humanos. La resistencia de las Madres y Abuelas a la represión dictatorial no sólo cuestionó la idea de mujer-madre como persona dócil y frágil, sino que contribuyó a que los feminismos las tomaran a ellas como ejemplo de lucha, constituyéndose como una guía en la militancia.
Es que aquellas mujeres en los ´70 reclamaron por la vida de sus hijos, hijas, nietos y nietas. Pero también fueron más allá: reclamaron vida y libertad. Y ese es un hilo que las conecta con el movimiento feminista actual, ya que más de 30 años después las mujeres salieron a pedir por sus propias vidas con los pañuelos verdes en la mano, tomando aquel símbolo en homenaje a las valientes mujeres que habían enfrentado la dictadura y la impunidad. La unión más sólida entre esos dos momentos pasa por la certeza de una lucha colectiva.
“Acá con nosotras como siempre, 30 mil detenidos desaparecidos ¡Presentes, ahora y siempre!”, retumbó en toda Plaza de Mayo aquella noche de vigilia de diciembre de 2020 donde la marea verde seguía por pantalla gigante el debate por la sanción de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Era Norita, con su pañuelo blanco en la cabeza y el verde en la muñeca, emocionada sobre el escenario que le quedaba pequeño frente a una multitud de mujeres adultas, ancianas, adolescentes y niñas.
Los feminismos en la Argentina están inevitablemente marcados por la batalla que estas mujeres iniciaron ese 30 de abril de 1977 mientras circulaban de forma improvisada, entrelazadas entre ellas y con aquella plaza que les haría de carrusel para siempre, sacando de las sombras a la desaparición de sus hijos e hijas, haciendo aquellas ausencias del pueblo todo.
“En Argentina las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria”
Eduardo Galeano, en Utopías