Vanesa Fraire, psicóloga de niños/as. MP 831
En los tiempos en que vivimos, donde el desarrollo tecnológico forma parte esencial de nuestras vidas, hay mucha información disponible y de acceso a todos. Pero esto, ¿Siempre es positivo? A veces, estamos sobre informados, y no todo lo que leemos es fidedigno. Entonces, para empezar a hablar de un tema tan delicado como es el bullying, es importante definir qué sí y qué no lo es.
“El Bullying o acoso escolar es un comportamiento prolongado de insulto verbal, rechazo social, intimidación psicológica y/o agresión física de un niño/s hacia otro/s, que se convierte en blanco de reiterados ataques. Es una conducta agresiva deliberada, que implica un vínculo de poder, en donde al menor acosado le resulta difícil o imposible defenderse. El acoso escolar es un maltrato, no es un conflicto. Puede ser físico, verbal o social, en todos los casos es un maltrato psicológico” (Psicóloga María Zysman de la Asociación civil “Libres de Bullying”).
Entonces, otro interrogante que surge es si siempre pasó o es algo que hacen los chicos de ahora. El acoso como muchos otros, maltratos siempre existieron. La diferencia radica en que, desde hace un tiempo, el desarrollo de las ciencias relacionadas con la salud mental, ayudan a ponerle nombre concreto a las diversas problemáticas. Poder nombrar, poder poner en palabras, poder decir y no callar es el primer paso a la cura.
Escuchar frases tales como “me/le hacen bullying” o “no me hagas bullying”, en forma jocosa y/o deliberada, es banalizar el término. Es sacarle la seriedad que requiere. Es alivianar la problemática al punto, de a veces, no poder detectarla.
Cuando hablamos de acoso escolar es muy importante también definir qué no lo es. Porque de esa manera sabremos cómo intervenir. Además de poder definir otros tipos de conflictos que se pueden presentar y, que también, requieren atención y resolución.
Según Zysman, no es bullying una pelea aislada en el patio, no invitar a la casa a jugar a alguien, discutir por fútbol, peleas entre grupos, no querer ser amigo de alguien, sentir que un compañero no le cae bien, relacionarse solamente con dos o tres compañeros, no querer ir a un cumpleaños. Estos serían problemas sociales, pero no acoso.
Siempre que hay bullying hay intencionalidad, hay pactos, hay goce con el sufrimiento ajeno, no es sólo un mal momento aislado. Si bien dentro del acoso puede haber actos discriminativos, bullying y discriminación no son lo mismo, y requieren diferentes contenciones.
En ninguno de los casos mencionados, el silencio ayuda, sino que es cómplice para quienes son espectadores y no hacen nada al respecto. Y en cualquier otro conflicto, el callar, el no contar situaciones, sensaciones o experiencias negativas, el no ser un “buchón”, es no poder poner en palabras lo que sucede, lo que duele, lo que molesta.
Como adultos debemos generar los espacios de escucha, donde se puedan alojar todas las emociones con una mirada comprensiva, empática y amorosa, que es lo que nuestros niños/adolescentes hoy en día necesitan (y cualquier adulto también, siempre).
Siempre se habla de cómo ayudar y contener a las víctimas de estas situaciones. Pero, también, una forma importante de detener el acoso, es poder hablar de qué hacer como papás cuando el propio hijo es el victimario, es decir, quien acosa.
Puede ser una de las sensaciones más dolorosas y frustrantes cuando los hijos se involucran en estos tipos de problemas. Por eso el primer paso es no tomar una postura negadora o resistente, esto lo único que provocará es la prolongación e intensidad del conflicto en el tiempo.
El acoso es agresión, entonces ¿Por qué un niño/adolescente agrede? La respuesta a esta pregunta radica en contextualizar lo que lleva a los chicos a generar estas conductas.
Dialogar es la forma de abordar la problemática, pero para esto (y sobre todo en niños y adolescentes) debe existir la confianza como base. Es decir, escuchar qué sucede desde una mirada comprensiva, sin juzgar y con capacidad de autocrítica.
El victimario y su familia deben asumir los actos y las consecuencias de los mismos, deben empezar a ser conscientes del dolor causado en otro (empatía), de poder pedir disculpas y comprometerse a que no vuelva a suceder. Sin retos violentos y/o castigos, pero sí firmes y atentos, sosteniendo límites claros y precisos. Los no son tan importantes como los sí.
El compromiso de asumir lo que se hizo y de que no vuelva a pasar es de todos: adultos (escuela, club, familia) y no sólo de los niños. Todos deben involucrarse y resolver en conjunto.
Pero puede pasar que, más allá de todo lo que se haga, el acoso siga sucediendo. Entonces, allí es cuando es necesaria una consulta a profesionales (psicólogo, psiquiatra).
Debería naturalizarse aún más en la sociedad, que las consultas relacionadas en salud mental son tan necesarias e importantes como cuando vas al médico porque te duele algo. Las emociones existen, nos invaden, determinan y acompañan. Cuanto más sepamos de ellas, cuanto más nos autoconozcamos, más sanamente podremos actuar.
El maltrato no sólo está en las escuelas. Si bien el concepto de bullying o acoso escolar, como el término lo indica, se limita a lo que pasa en los ámbitos educativos, es un maltrato y hoy en día somos espectadores de miles de formas de maltratos, en todos los ámbitos. Las maneras de vincularnos se están basando en ser agresivas, hostiles e intolerantes. En las redes, en la viralización de contenidos inapropiados, en los grupos de Whatsapp, en las canchas, en el tránsito, en las colas de trámites o supermercados, en cómo hablamos, opinamos y juzgamos la vida del otro, entre otros tantos ejemplos que se podrían mencionar.
Los menores son testigos de todo este accionar y los adultos sus ejemplos a seguir. Esto nos tiene que llamar a la reflexión ¿Qué mundo construimos y qué mundo les dejamos?
Somos los responsables, somos los modelos a imitar. Elijamos cómo queremos serlo.