En el día del periodista conocemos a la Bolten: obrera, oradora, periodista y militante anarcofeminista que desafió a un sistema productivo y patriarcal no sólo en las calles, sino además desde el papel
Por Manu Abuela
Existe información cruzada y lagunas sobre la biografía de Virginia Bolten, como ocurre con la de tantas otras mujeres que hicieron historia. Reconstruir su pasaje por este mundo de forma precisa -fecha exacta de nacimiento, lugar, datos sobre su militancia, familia, entre otros- se vuelve difícil ya que la documentación que permitiría armar ese rompecabezas es muy escasa, sino inexistente.
Y esto no es azaroso, ni mucho menos arbitrario, sino que responde a una intención clara: borrar a las mujeres de los acontecimientos más importantes y reescribir esos hechos bajo una óptica androcéntrica, donde los protagonistas son hombres, en general.
Sin embargo, esas voces acalladas, escondidas y silenciadas desde el fondo comenzaron a chillar, haciéndose imposible eludirlas. Y una es la de Bolten, que gritó en su tiempo y aún hoy sus palabras resuenan.
Entendiendo que hace relativamente poco en el tiempo que la historiografía se empezó a interesar por el protagonismo de las mujeres en el pasado, Virginia y otras tantas compañeras empezaron a emerger como figuras fuertes, empoderadas y disruptivas, que se hicieron notar y fueron impulsoras de cambios profundos en nuestra sociedad.
Por eso, escribir y hablar sobre ellas es reivindicar su memoria y honrarlas. Próximos al día del periodista – que se festeja el 7 de junio- ésta es una forma de celebrar la vida y obra de la anarcofeminista del río de La Plata que encantó a las multitudes desde las plazas, en las manifestaciones, y también desde sus casas, con sus escritos y periódicos.
Primeros pasos
La documentación más conducente expone que nació el 26 de diciembre de 1876 en San Luis, aunque otras fuentes la ubican en 1870 en Rosario.
Hija del liberal alemán Heinric Bolten que viajó a América exiliado y que encontró primero refugio en Chile y luego, tras cruzar la cordillera, se instaló en la provincia puntana para casarse con la hija del dueño de la estancia donde residió, llamada Dominga Sánchez.
Siendo la tercera de cuatro hermanos, desde pequeña vivió en Rosario tras la separación de sus padres. Allí, en el Barrio Refinería, se asentó por al menos 15 años, donde trabajó en la Refinería de Azúcar -el rubro más importante de la época- vivenciando los atropellos a los trabajadores en general, y a las obreras mujeres en particular.
Luego, trabajó en la industria del calzado, donde conoció a dos de sus amores: su esposo y padre de sus hijos, Manuel Manrique, nacido en España y quien se convertiría en un dirigente de su gremio -el zapatero-. Y, por supuesto, al anarquismo, un movimiento político, filosófico y social que buscaba la emancipación de los hombres y mujeres de cualquier orden jerárquico que coartara su libertad. La etimología de la palabra proviene del griego y significa, justamente, “sin autoridad ni poder”.
Estas ideas se hicieron carne en el proletariado europeo a mediados del siglo XVIII y viajaron en barco con los inmigrantes a Argentina, como al resto del mundo.
En aquella ciudad que la vio crecer se instaló el primer mito sobre la Bolten, el cual giró en torno a la primera manifestación de los obreros industriales en el marco del Día Internacional del Trabajador en 1890, donde se recordaron las resoluciones del Comité Internacional Obrero de París celebrado un año atrás. Aquel congreso fue el que instaló al 1º de mayo como el día para conmemorar a los ocho obreros anarquistas conocidos como “los mártires de Chicago”, que reclamaron jornadas laborales de ocho horas y fueron encarcelados y ejecutados en 1887 tras la revuelta de Maymarket.
Algunas crónicas sitúan a Bolten al frente de una columna hacia Plaza López, llevando una bandera negra con el lema en rojo “1º de Mayo Fraternidad Universal”.
Otras exponen que, además, fue la oradora principal, aunque no sabemos si tenía 14 o 20 años aproximadamente. En su encendido discurso se habría pronunciado a favor de la mujer trabajadora, exponiendo la explotación a las que eran sometidas.
A los meses de este hecho fue detenida por difundir propaganda anarquista. Este hecho fortaleció su confianza y alimentó sus ansias revolucionarias, convirtiéndose en una activa militante junto a su compañero.
Y en Rosario, además, junto a sus compañeras fabriles Teresa Marchisio y María Calvia, formaron el grupo “Las Proletarias” en el año 1899. Poco se sabe si anteriormente Bolten estuvo viviendo en Uruguay y regresó a la ciudad del sureste santafesino o si nunca se fue de allí. Pero en aquella oportunidad, la revolución la alzarían desde el periódico “La Voz de la Mujer”, que financiaron con el mezquino sueldo que recibían.
Paren las rotativas
Bajo el lema “Ni dios, ni patrón, ni marido” fue el primer periódico anarcofemenista escrito y editado por mujeres del país. Sus primeras publicaciones se realizaron en Buenos Aires, donde Josefa Calvo fue la directora, perdurando desde 1896 hasta 1897. De hecho, la primera edición data del 8 de enero de 1876 y la tirada fue de aproximadamente dos mil ejemplares. En él escribieron mujeres fundamentales para el movimiento obrero argentino como Pepita Gherra, Luisa Violeta, Carmen Lareva, Milna Nohemi o María Muñoz.
Luego, durante el año 1899, “Las Proletarias” realizaron dos publicaciones de este periódico en Rosario, bajo la dirección de Bolten, que aún se encuentran perdidos.
Escrito por y para trabajadoras, entre los temas abordados los principales fueron el amor libre y los derechos de las mujeres en cuanto a lo laboral, lo religioso, lo familiar y lo social.
El rotativo fue difundido de forma casi clandestina, es por eso que no quedan muchos fascículos impresos de la versión porteña. De hecho, se fueron sumando complicaciones a la económica que hicieron que el primero de enero de 1897 fuera la última publicación.
Pero aunque su paso fue fugaz, generó tal agitación que su trascendencia lo deja en evidencia.
Para graficar lo expresado, la segunda publicación tuvo una editorial que respondió al revuelo que el primero produjo. Un fragmento reza: “Apareció el primer número de La Voz de la Mujer, y claro ¡Allí fue Troya! Nosotras no somos dignas de tanto, no señor ‘¿Emanciparse la mujer? ¿Para qué? ¡Qué emancipación femenina ni que ocho rábanos! La nuestra, venga la nuestra primero y luego, cuando nosotros los hombres estemos emancipados y seamos libres, allá veremos’. Con tales humanitarias y libertadoras ideas fue recibida nuestra iniciativa (…) Si vosotros queréis ser libres, con mucha mayor razón nosotras, doblemente esclavas de la sociedad y del varón”.
El foco de la denuncia, como la cita lo evidencia, era la doble explotación de las mujeres trabajadoras, tanto por su clase como por su género. En efecto, como Flora Tristán enunció alguna vez, hasta el proletariado más raso llegaba a su hogar y tenía a alguien a quien someter: a “su” mujer. Y estas mujeres obreras y militantes lo sabían por vivirlo en carne propia.
Virginia Bolten y este periódico pregonaban un feminismo lejos del liberal-burgués que se dispersó con el movimiento radical, socialista y las mujeres sufragistas. Lo de éstas escritoras de “La Voz de la Mujer” era un feminismo obrero. Por eso, toda figura de autoridad, ya sea patrón, marido, funcionario estatal o cura -y vaya casualidad que aquella era siempre masculina- era blanco de críticas en las sucesivas ediciones. Allí se arengaba a la mujer a sublevarse de la opresión masculina y familiar y a unirse a la lucha proletaria.
Militancia
Virginia, además, escribió en “El Rebelde”, otro periódico anarquista, persiguiendo los mismos objetivos que con el anterior.
Pero su lucha en las plazas e industrias continuó, cada vez con más potencia. Tan es así que cuando Juan Bialet Massé realizó su paso por Rosario en un recorrido por el país para confeccionar su informe sobre la clase obrera en 1904, quedó encandilado con aquella mujer.
Describió “Hay en Rosario una joven puntana de palabra enérgica y dominante que arrastra a las multitudes, más enérgica que Luisa Michel, tiene indudablemente mejores formas que ésta”.
Por eso, fue apodada como la Luisa Michel rosarina, en honor a aquella anarquista francesa -poeta, escritora y educadora- que se convirtió en una de las principales figuras de la Comuna de París y enarboló por primera vez la bandera negra como símbolo del movimiento. En mucho se parecieron.
También vivió un tiempo en Buenos Aires, donde formó parte del Comité de Huelga Femenino organizado por la Fora -Federación Obrera Argentina-. Como miembra de aquel grupo, movilizó a cientos de trabajadores del Mercado de Frutos de Buenos Aires y participó de muchas otras huelgas y marchas obreras, como la de los Inquilinos en 1907 que duró tres meses.
En aquella última fue arrestada y deportada a Montevideo, aplicándose la ley 4144 de Residencias, la cual le daba la potestad al gobierno para reprimir y expulsar los trabajadores sindicalizados con ideas anarquistas y socialistas.
Del otro lado del río
Desde el otro lado del río continuó con su lucha, combatiendo por los derechos de las trabajadoras de ese país e integrando el Centro Internacional de Estudios Sociales, una asociación libertaria de Montevideo. Su casa fue el refugio de decenas de militantes exiliados y hasta dirigió el periódico “La Nueva Senda” durante 1909, fundado por su amiga Juana Buela, que detentaba el lema “Contra toda forma de explotación y tiranía”.
La muerte la encontró a los 90 años aproximadamente, en el barrio montevideano de Manga, en 1960. Este breve recorrido por su vida deja en claro que, aunque algunos datos sobre ella no sean totalmente certeros o fidedignos, algo sí es seguro: su legado.