Por Darío Rivadero
El sol está justo en el centro del día. No hay sombra que se adelante ni persiga a los cuerpos. La ruta provincial 30, con un obstáculo de reducción vehicular, nos advierte que ahora estamos transitando sobre calle Belgrano.
En una plazoleta creemos ver un viejo barco navegando el viento sobre un soporte de hierro; aunque quizás sea solo nuestra imaginación. Las calles de ripio que nos cruzan son tan amplias como el mar que se va dibujando por delante. No hay nada que pueda distraernos de ese impacto.
Hacemos una parada obligada y muda para grabar esa imagen en la memoria. A la derecha, una antigua construcción pionera parece imitar nuestra postura. Debe llevar más de cien años mirando los insondables azules y verdes que se abren desde sus ventanas.
Un cartel multicolor, con una gaviota en vuelo sobre la erre, certifica que hemos llegado al fin a Camarones, provincia de Chubut. No caemos en la mediática tentación de tomarnos la foto que demuestre que estamos aquí. Por ahora nos basta con saberlo nosotros. La calle cae a izquierda y derecha. Hacia abajo, casa Rabal (almacén de ramos generales), el inicio del paseo costero con sus casas históricas y coloridas, la plazoleta Monte León y el Torreón de los gallegos. Las flores patagónicas rojas y resilientes, el sol tibio, el cielo despejado, un aire brioso y los pájaros.
Punta de flecha hacia la bahía, Camarones siempre es alrededores, no hay frontera entre construcciones humanas y naturaleza; conviven mansamente, casi entrelazadas. Pocos metros hacia el norte del camino costero se abre, entre matorrales bajos y amarillentos, un hilo que conduce hacia algunas casas dispersas. La elevación, sin talla de acantilado, se despliega mansa y abierta de par en mar para rendirse ante la inmensidad del océano patagónico.
A un estirón de brazo, las gaviotas planean en las corrientes térmicas una detrás de otra, haciendo leves movimientos de equilibristas sin pértiga ni red. Las observamos un largo rato mecerse en esa cadencia. Respiramos hondo el viento sur, “ese que nace del frío”, estiramos el cuerpo y revisamos una vez más el mapa de los días.
Pueblos como estos
Nos gustan los pueblos como Camarones. Y cuando decimos esto, no sólo nos referimos a su geografía sino también a ciertos matices que pintan esta villa con colores entrañables. Ya en el pórtico de entrada, donde se informa acerca de las actividades turísticas, uno percibe la cálida sencillez de su gente. Quien nos recibe no ejecuta su discurso con tono monocorde y el orden propio de una fórmula preestablecida sino con palabras que llevan sobre si la emoción de quien describe lo propio, lo cercano, lo identitario.
Con nuestra guía (Sonia) hacemos el recorrido del paseo del arroyo, un afluente pintoresco donde reconocemos distintas especies de la flora y fauna autóctona que finaliza en un mirador de poca elevación. Esta primera y corta caminata, bien señalizada (auto guiada), es una muestra de lo que será el resto del viaje. Si se elige visitar este lado de la Patagonia, lo que veamos se nos ofrecerá así: meseta esteparia, depresiones sorpresivas y mar.
Recorremos casas históricas del Camarones inaugural. Joyas que sostienen la mística del lugar y remiten a un tiempo pasado que encuentra comprobación en algunas fotos y paredes. Entre esas joyas, una perla: el museo de la familia Perón. Peronista o no, es un sitio imprescindible para conocer más sobre nuestra historia. Dividido en cuatro estaciones, que son a la vez cuartos físicos, el museo apunta a sintetizar el recorrido del ex presidente. Sin dudas el primero, donde se propone ir al encuentro de un Perón más íntimo, en boca de quien nos recibe (Cristina), descubriremos un “Perón antes de Perón”. La propuesta me remite a un film de John Ford (Young Mr. Lincoln), donde se abordan los años juveniles del líder y se excluye, con un fuera de campo en su final, lo más conocido de su historia. Es muy útil ese ejercicio de recuperar partes que poco se conocen pero que sin dudas son fundacional de las decisiones posteriores de quien fuera tres veces presidente de nuestro país.
Anotaciones que describen cotidianeidad, fotos familiares, mobiliario, todo recreado de manera tal para que el/la visitante entre rápidamente en clima. Reiteramos, sorprende gratamente que un museo de esta calidad rompa los centralismos capitalinos y agrega un toque (si se quiere) inesperado que hace más interesante la localidad. Imperdible.
Cabo Dos Bahías (área natural protegida)
Absolutamente solos, una mañana de marzo, salimos rumbo a caletas y pingüineras. La entrada a la reserva, libre y gratuita, se encuentra a poco más de 20 km. desde el centro de Camarones. Con un buen estado general, el camino de ripio sugiere calma en su tránsito, y no solo por las piedras y los animales sino porque en cada recodo uno puede perderse alguna postal. La prolífica fauna autóctona se nos cruza literalmente por el camino: guanacos, maras, liebres, choiques, peludos. Ya sobre la costa: pingüinos, lobos marinos, cormoranes, gaviotas, garzas, ostreros, chorlos, teros y más. Una buena estrategia para disfrutar a pleno este tipo de lugares es detenerse en la observación, hacerse parte de ese micro clima maravilloso, perderse en ese hábitat comunitario hasta ser parte inmutable.
La pasarela de inicio se encuentra después de un lugar para estacionar y finaliza, luego de un recorrido de baja intensidad, en un mirador que invita a compartir unos mates (algo que hicimos). A lo largo se puede leer información sobre flora y fauna del lugar. La interacción con la fauna prohíbe (lógicamente y por cuestiones sanitarias) cualquier contacto, aunque los pingüinos magallánicos insistan en cruzarse delante nuestro con su pintoresco andar. Sin bien estamos sobre el final de la temporada (es marzo y están emigrando) pudimos ver parte de la colonia renovando su plumaje en una inmensa y solitaria calma, y esa es una diferencia con otros sitios de avistamiento. El paseo concluyó con la visita al Mirador Alto con la impresionante vista de islotes (isla Sola, islotes Aguilón) facilitados por un día a pleno sol. Un poco más atrás, oculto tras la bruma, asoma el faro de la isla Leones, un sitio que está siendo recuperado para ser incluido entre las atracciones del parque marino costero.
Y qué más
Camarones no escapa a la singular consigna que propone la Patagonia: hay que andar para conocer. En una bifurcación que se abre en el camino hacia cabo Dos Bahías los carteles señalan hacia Bahía Bustamante Lodge. Un emprendimiento privado de alojamiento en un antiguo establecimiento que recolectaba algas. Si bien no llegamos hasta allí, este emprendimiento, como muchos del sur argentino, están apuntados a un segmento de consumidores determinado.
En donde si podremos pasear por sus costas será en Cabo raso, a 75 km al norte de Camarones. Como en el destino anterior, aquí también deberemos estar atentos a las cuestiones climáticas y toda información que podamos obtener sobre el camino. No es raro encontrarlos cortados o sin el mantenimiento adecuado luego de alguna lluvia.
Si nuestra permanencia contempla pocos días y queremos experimentar otras sensaciones, sin dudas encontraremos opciones como el buceo, las salidas de pesca o deportes náuticos como el kayak; todo provisto por prestadores locales. Eso sí, muchas de estas actividades dependerán del número de participantes para que se realicen y esto, a su vez, de la afluencia de visitantes; algo que sin duda es más probable en temporada alta.
Para quienes tienen otros intereses como conocer la organización comunitario-económica, hay dos visitas que se pueden coordinar con antelación: la cooperativa de algueros y los proyectos de la escuela 721 relacionados al cultivo de mejillones.
Por último, desde estas crónicas siempre deseamos que las actividades turísticas en su amplia oferta (geográfica, histórica, cultural, gastronómica, etc) esté abierta a toda la comunidad y no sea exclusiva para un sector de la ciudadanía. Intentamos llegar en bus de línea a Camarones y nos costó encontrar acceso a datos precisos. El único colectivo (al menos esa es la información que pudimos recabar) que hace este recorrido sale desde Trelew (empresa El Ñandú) sólo dos veces por semana. Sentimos y pensamos que debería pensarse en opciones que faciliten no solo la llegada sino los recorridos de bello lugar.