Por Marta Giai
¡Esto es el colmo! Recién llego de la reunión del colegio y todavía no me puedo calmar. Cuando vi que entre el grupo de madres de tercero estaba Ramona, ¡Mi Ramona!, pensé que me daba un síncope.
¿Pero qué le pasa a esa mujer? ¿De dónde sacó la idea de que esa chinita suya, la morochita, que ya ni me acuerdo como se llama, puede ir al mismo colegio que nuestra Inesita?
Pero si ni apellido paterno tiene; es más, creo que ni ella sabe quién es el padre. Obvio que no debe ser el mismo del otro crío mayor.
Idiota de mí que para que no se me vaya a la casa de los Álvarez Leiva le aumenté el sueldo y entonces la muy cretina debe haber hecho números; parece que le alcanza para pagar la cuota y la inscribió en nuestro colegio.
Pero mañana sin falta la agarro a esa mosquita muerta y la pongo en su lugar.
No me lo explico; si hay otra escuela cerca de su casa, que es pública y además ahí hasta tienen comedor escolar. Sería mejor que la mande al comedor y no que cada dos por tres, en cuanto me descuido, la tiene picoteando algo en la cocina de casa.
¡Las cosas que hay que aguantar! Ernesto me dice siempre que soy demasiado buena, pero la verdad es que otra que nos cocine como Ramona no voy a encontrar tan fácil, además plancha que es un lujo y debo reconocer que nunca me faltó ni un alfiler. Al principio le tenía desconfianza, pero nunca tocó nada y la vez que me había desaparecido aquel anillo de la abuela y yo ya no sabía adonde buscar, fue ella la que lo encontró y me lo devolvió.
Pero de ahí a que nuestras hijas puedan ser “compañeritas” de escuela hay un largo trecho. Cada quien tiene que saber ubicarse.
¡Qué vergüenza! No sé qué le voy a decir a las chicas el miércoles cuando vengan a jugar a la canasta. A ver si todavía piensan que yo la recomendé para que la acepten.
Desde que tenemos directora nueva, las cosas ya no son como antes. Esta revolucionaria, experta en pedagogía, se cree que nos puede envolver con sus discursos de igualdad, caridad y tolerancia. Dios mío, si hasta atea debe ser.
Cuando hicimos la última misa en la capilla para pedir por los más necesitados y juntamos un montón de cosas para los pobres infelices que quedaron sin techo en la inundación, me pareció que ni sabía persignarse. A comulgar no fue y creo que apenas balbuceaba el Padre Nuestro. La Virgencita la perdone, pero sinceramente que hayan elegido a esta mujer para estar al frente de un colegio religioso con la tradición y la notoriedad del nuestro, es algo inconcebible.
Pasaron dos semanas y es como si se hubieran sucedido varios meses o años. Ya no sé ni donde estoy parada. Mi vida se convirtió en un infierno.
Al día siguiente de la famosa reunión, pedí una audiencia con la directora y le dije que no era posible que se aceptara una chica así en el colegio. La señora me escuchó educadamente pero me dijo que no podía hacer nada y que por favor no le pidiera más detalles. ¿Cómo? ¿Qué detalles? ¿Qué dice esta mujer?, pensé. Siguió con las evasivas, pero al final, viendo que no pensaba irme sin respuestas me dijo que la madre ya había pagado por adelantado la cuota de todo el año y que había llevado unos documentos para inscribir a la niña con su “nuevo apellido”. ¿Nuevo apellido? No entiendo nada…. Bueno, me explicó la docente, Ramona trajo toda la documentación legal con la prueba de ADN y demás cuestiones y tuve que inscribirla como Mercedes Carrillo Ocampo.
¿Carrillo Ocampo? Tenía que haber un error…ese es mi apellido de casada. Carrillo Ocampo es nuestra familia; Ud. debe haber entendido mal; no somos parientes, ella trabaja en nuestra casa.
La explicación que siguió ni siquiera puedo repetirla; me empezaron a zumbar los oídos, tuve un bajón de presión y terminaron llevándome a la guardia.
Ernesto Carrillo Ocampo, mi marido, bah, mi ex marido, vino a buscarme y confesó la ominosa historia que ya había tenido que escuchar de boca de la directora.
Menos mal que él se armó las valijas y en un último ataque de caballerosidad, me dejó la casa, el auto, algo de dinero en el banco y se fue.
Mi casa, mi cabeza y mi vida entera son un caos desde entonces. Ya no tengo marido, ni prestigio, ni mucama, ni amigas, ni ganas de asomar la nariz fuera de la casa. En el country todos me miran y ya ni siquiera salgo a arreglar el otrora hermoso jardín que teníamos.
Inés ve a su padre y a su nueva hermana los domingos y parece muy feliz. ¿Qué otra desgracia podría pasarme? Un meteorito podría caer en medio del living o tal vez un vecino maniático podría tratar de violarme. La verdad es que no se me ocurren demasiadas cosas que pudieran empeorar mi vida.
Hoy falté por segunda vez a la reunión de madres y por tercera vez a misa. Por los miércoles de canasta no tengo que hacerme problemas; ya no me invitan.
Las pastillas que me dio el psiquiatra me mantienen más o menos calma, pero casi no duermo. Ahora me quedan unas diez en el frasco… ¿Serán suficientes?