Por Elisa Ridolfo
Durante años las mujeres nos ayudamos a la hora de parir, criar y sostener el hogar. Las mujeres que acompañaban y asistían en las necesidades, no opinaban ni juzgaban, sólo asistían.
A través de los años fuimos perdiendo esa forma y vivimos muy distinto, de manera opuesta si se puede decir, ya que muchas opiniones rodean a las personas que mapaternan pero nadie está ayudando de verdad, nadie está poniendo el cuerpo en la labor.
La tarea de las doulas es esa: acompañar y brindar a la familia gestante el sostén y la ayuda que necesita en el momento que lo requiere, nada de más y nada de menos. Es un servicio y como tal no tiene horario ni tiempo. A cualquier hora, cualquier día de la semana puede entrar un mensaje o un pedido de ayuda y ahí debemos estar quienes elegimos esta tarea. No es fácil, pero es una labor gestada en el amor y por eso no pesa.
Como doula acompaño familias y procesos y veo cada vez más, la necesidad de la tribu, de ese encuentro ancestral con otras y otros que viven lo mismo, pidiendo a gritos un espacio de desahogo, de escucha y atención.
Las madres generalmente perdemos nuestro lugar y nuestro espacio. Ese bebé que nos enamora también nos toma por completo. Ya no somos “libres” de hacer lo que queremos, cuando queremos. No podemos ocuparnos de nosotras, porque hay un otro a quien cuidar que nos requiere todo el tiempo.
Por esto, las rondas son importantes, ya que nos ayudan a comprender que hay otra persona que está atravesando lo mismo y siente como yo, que entiende lo que digo y cómo me siento, por la simple razón de que estamos en la misma frecuencia. Se ríe, llora, protesta, se enoja y vuelve a emocionarse conmigo. Y, lo mejor de todo, no me juzga porque su escucha siempre es amorosa.
Hoy te invito a pensarte nuevamente y a dar ese paso, uniéndote a una tribu que te guste. No podemos criar en soledad, necesitamos ayuda y reconocer esto no implica no ser una buena madre. Unite a tu tribu y vas a sentirte por siempre acompañada.