Por Elisa Ridolfo
Las infancias existen. Tienen voz, cuerpo y sentimientos. A las infancias les pasan cosas que debemos empezar a ver. Comenzar a verlas como seres con derechos desde el inicio de la vida es el punto de partida para crear un mundo mejor.
¿Cuándo nacen las infancias? Parecería que niño es aquel que ya se expresa, que se mueve y “decide”, pero ahí cabe nuestro primer punto ciego como sociedad adultocéntrica, nuestra primera deuda con los niños y las niñas. Porque resulta que el bebé no es un objeto, es una persona que siente, desea y tiene necesidades ¿Por qué nos cuesta tanto poner la mirada en eso? ¿Por qué nos creemos dueños de sus cuerpos, para manipularlos y controlarlos?
Me gustaría enumerar algunas de las prácticas que se realizan a diario en forma “indiscutible” y que dejan en evidencia la falta de mirada y conocimiento sobre las infancias, priorizando la necesidad adulta sin reparar los daños que generan en forma largoplacista. Aclaración, mediante, de que hablo siempre de parámetros de salud. Estas prácticas están socialmente aceptadas, como programar su nacimiento, cortarle el cordón umbilical antes de que deje de latir (cada cordón deja de latir en su tiempo único y no obedece a un protocolo); privar tanto al bebé y a la mamá de estar en contacto piel con piel en la hora de oro u hora sagrada; invadirlo con estudios innecesarios, abordando su cuerpo sin permiso en forma permanente (se agarra, se levanta, se toca).
Tampoco se le explica ni anticipa nada frente a cualquier intervención. Deciden por él dónde debe dormir, cómo debe hacerlo, cada cuánto alimentarse, de qué forma, cuándo debe sentarse, rolar, gatear, hablar.
Se controla su esfínter, porque si usa pañales no puede ingresar al jardín. Se controla su cuerpo, porque no puede moverse todo el tiempo, debe permanecer sentado en el aula. Se controlan sus deseos y expresiones (no sabríamos cómo sostenerlo si lo dejamos ser verdaderamente libre) Esta lista es infinita.
Sin chistar
Cuantas veces escuchamos decir “los niños se adaptan a todo” y nos creemos esta gran mentira. Los niños y niñas no se adaptan a todo, lo que pasa en realidad es que se disocian, se separan. Su cuerpo, su deseo, sus expectativas, su voz, su movimiento, todo se separa, se rompe.
Solemos convencernos con la idea de que se adaptaron porque “acatan” o “no cuestionan”, porque siguen adelante sin preguntas. Pero avanzan con un daño gigante, aunque los adultos solamos decir “¡Logró las expectativas!”, “muy bien como se está comportando”, “¡Es tan obediente!”.
No reconocemos que ésta adaptación es uno de los principales mecanismos de padecimiento psíquico y físico en ellos. Esta división genera enfermedad. Debemos dejar de invalidar los deseos y las voces de las infancias, porque cuando nos sobreadaptamos, nos rompemos.
Modelos del amor
Unos de los problemas más grandes es que los niños y niñas nos aman incondicionalmente, a pesar de todo, y sobre este amor incondicional se van conformando los modelos de amor que van a establecer a lo largo de toda la vida. Si tratás mal a tu hijo, le pegás o le gritás, ,él no va a dejar de amarte por eso, pero sí va a ir construyendo su modelo de amar a otras personas, como “una manera amable de ser tratado o de tratar”. Muchas veces se convencerá que es merecedor de esos malos tratos.
Si permanentemente le decís que tiene que ser bueno y obediente porque sólo de eso dependerá tu amor, tu hijo no dejará de amarte, pero se sentirá condicionado siempre para mostrarse verdadero, estará lleno de exigencia o de una sobreadaptación.
No debemos temer por el amor de ellos, pero sí debemos preguntarnos si sabemos nosotros que hacer con tanto amor ¿Somos conscientes de esa incondicionalidad? ¿Sabemos lo que generan nuestras palabras y actitudes? ¿Podemos asumir la responsabilidad de criar y hacer valer sus derechos?
Regalemos a los niños y niñas mirada, amor y respeto no sólo un día al año.