Una familia de María Juana participó de una excursión hasta “el avión de los uruguayos”.
Por Romina Alberto
Pudieron ser parte de una de las cinco expediciones anuales que se realizan para llegar a la zona donde se estrelló el avión en 1972
Jorge Seveso y parte de su familia, vivieron una experiencia inolvidable y poco convencional al decidirse a participar de una excursión de ascenso por el Valle de las Lágrimas, donde se encuentran los restos del avión que transportaba a un equipo de rugbiers uruguayos y sus familiares y que se estrelló contra la cordillera de los Andes el 13 de octubre de 1972. El lugar donde los sobrevivientes pasaron dos meses hasta ser rescatados el 23 de diciembre de ese año, puede visitarse mediante la contratación de una de las cinco excursiones que se realizan por temporada al lugar, al que se accede tras dos días de trayecto en vehículos 4 x 4, caminata y cabalgata.
Para contar su experiencia, Seveso explicó que “mi hija Milagros y su novio Mirko, contrataron la excursión y nos invitaron a Adriana, mi esposa, a Mabel -la mamá de Mirko- y a mí a sumarnos. El recorrido comenzó a los 1.500 metros sobre el nivel del mar (msnm), en el Sosneado. Al llegar al campamento denominado El Barroso, la altura era de 2.600 msnm y el destino final que fue el Memorial donde se encuentran los cuerpos de las personas fallecidas en el accidente y restos del avión, está a 3.700 msnm”.
Una empresa de trekking, de la ciudad de Mendoza realiza cinco salidas programadas en la temporada: dos en diciembre, una en enero, dos en febrero y a veces una en marzo, dependiendo de la condición climática de la fecha.
“Tomamos la única fecha en la que tenían disponibilidad, porque los grupos que se arman tienen un cupo, entonces fuimos entre el 20 y 22 de enero, en un contingente de 65 personas, de Bariloche, La Pampa, provincia de Buenos Aires, Uruguay, Río Cuarto y nosotros, de la provincia de Santa Fe”, contó Seveso.
Al grupo se sumaron los guías de montaña, dos montañistas médicos, vaqueanos y gente conocedora del lugar que va a caballo y mulas llevando comida, elementos de cocina y equipos de dormir, entre otras cosas. “Nuestro punto de encuentro fue en el Sosneado, a pocos kilómetros de Malargüe, a las 8 de la mañana, desde allí teníamos un trayecto de unos 60 kilómetros con vehículo por camino de montaña, hasta llegar a un predio que le pertenece a la empresa organizadora, donde se podían dejar las camionetas”.
“Llegamos hasta la base donde comienza la caminata -continuó- donde nos montamos el equipo de mochila y bastones. Hubo una charla explicativa de cómo iba a ser el recorrido y la temática y salimos. Todos en fila india, todos acompañados y cuidados, nunca nos dejaron solos. Si alguien presenta alguna dificultad, está la posibilidad de hacer a caballo parte del recorrido”.
Luego de unos 15 minutos de caminata cruzaron el primer río, el Atuel que es muy caudaloso. “Debíamos tener dos pares de zapatillas, uno para cruzar en el agua y otro para el resto. Luego fueron dos riachos más pequeños, con poca agua y luego una parada obligatoria para cambiar calzado y continuar. Llegamos al campamento medio a las 19.30”.
Allí los esperaban con todo preparado. “Nos dieron una colación, dulces, quesos, frutas deshidratadas y había un asado en marcha. Comimos, terminamos de armar las carpas y ya se iba apagando la luz del día. A las 22 todavía se veía el reflejo del sol alrededor de las montañas y el impresionante cielo estrellado en la madrugada es un espectáculo impagable”, aseguró Seveso.
Como la temperatura de la noche era agradable, tenían la opción de dormir fuera de las carpas, “pero soplaba algo de viento y la tierra o arenilla pegaba en el rostro”, explicó sobre lo que fue la culminación del primer día de esta expedición.
Segundo día
“A las 6 nos levantamos, 6.30 desayunamos y la partida fue sobre las 6.50. Nos permitían compartir mochila y podíamos dejar algunas cosas en la carpa en el campamento. Seleccionamos ropa, para no quedarnos cortos, ni llevar demás: Teníamos un par de zapatillas, compartíamos las que se usan para el agua ya que hay que tener en cuenta que las zapatillas mojadas, colgadas en la mochila pesan entre 600 o 700 gramos y varias horas de caminata con ese peso se hace sentir en hombros y cintura”.
Ese día la caminata fue plena. “Cruzamos unos ríos heladísimos, con mucha correntada, que en alguna oportunidad se hacía a caballo, porque el agua llega arriba de las rodillas, y era peligroso. Llegamos arriba, al Memorial, ese era el destino”, contó.
Memorial
Es ahí donde se encuentran las placas, los cuerpos enterrados de la gente que viajaba en el avión que el 13 de octubre de 1972 cayó en la Cordillera de los Andes. Desde allí se observa el glaciar en donde está enterrado el fuselaje y que se achicó unos 50 metros, desde que ocurrió el accidente, hace más de 50 años. En ese descanso todas las placas están identificadas, hay restos del avión, agrupados, pero distantes.
“Es un lugar muy emotivo, bellísimo por la naturaleza. Te da gusto, placer, tristeza, angustia. Se mezclan todos los sentimientos. Es algo especial, solo pensar que toda esa gente que sufrió el accidente, los sobrevivientes, en el mes de octubre, todo cubierto de nieve. Y más atrás en la historia, San Martín, con cinco mil hombres hizo toda esta recorrida y más del lado chileno, es increíble”, relató.
Destacó además que, “todos los sobrevivientes en diciembre hacían este recorrido, incluso en el viaje organizado anteriormente, uno de ellos acompañó al grupo de personas que lo realizaron. Ya no lo harán, todos tienen más de 70 años y decidieron no hacerlo más”.
El regreso fue con la misma modalidad, “nos esperaban con la cena, previas colaciones, relajación y luego dormir. Por la mañana, luego del desayuno, desarmamos las carpas, entregamos todo y cargamos mochila completa. Llegamos al campamento base o puesto de mula a las 14, y en los vehículos emprendimos el último tramo para llegar a la ruta a las 18.
“La experiencia es fantástica, recomendable, desde todo punto de vista. Con esa mezcla increíble de sentimientos que ocurre cuando llegás a destino. Una caminata por la mismísima cordillera de los Andes, es maravillosa”, indicó.
Entrenamiento
Seveso explicó que junto a su esposa Adriana comenzaron el entrenamiento dos meses antes de la fecha programada para el trekking. Lo hacían con caminatas extensas de varias horas y los últimos 15 o 20 días sumaron mochilas con unos siete kilos de peso. “Hay que estar preparado para soportar varias horas de caminata”.
En cuanto al lugar, indicó que “el paisaje es bellísimo: árido, verdes intensos, bañados, lagunas, pasturas, piedras, sectores con nieve, todo el recorrido por senderos, subidas de 45 grados por momentos. Y un clima que nos acompañó. En el arranque hacía calor, el sol pega muy fuerte, debíamos estar muy protegidos, porque no había lugares parar resguardarse. Protector solar, lentes, la cara tapada y el cuerpo lo más cubierto posible”.
Por la noche, la temperatura alcanzaba a los 13 grados y el viento estaba presente.