Por Manu Abuela
Juana mira por la ventana de la cocina cómo las gotas de lluvia dibujan círculos en el charco de agua que se hizo sobre la veredita del patio de su casa, apoyada en la punta del mesón. Entrecierra los ojos, como intentando hacer foco y comprobar lo perfectamente redondas que son las olas expansivas que cada gotita generan. En eso, una gota grande cae sobre el charco y llega a ver la baldosa que está debajo, y piensa cómo será en el mar, cuando las gotas son grandes, y que seguro despiertan a los peces, o les hacen cosquillas.
– ¡Se está largando con todo, Mario! Largá el vino y terminá ese asado de una vez – Le grita su mamá, Susana, a su papá, mientras esperan en el comedor sentados para almorzar el mismo menú de todos los domingos al mediodía. Él no le responde.
Al rato, Mario entra. Busca la tabla grande, esa que es tan pesada que Juana no puede agarrar con una sola mano, sale y vuelve a entrar, esta vez con la tabla decorada por chorizos y morcillas. Se sienta en su silla, esa que da bien enfrente al televisor, y su hermano Julián grita “un aplauso para el asador”, mientras su papá levanta las manos con los cubiertos en punta y todos golpean sus palmas. Todos, menos Lucía, que está condimentando la ensalada. Siempre dice que no tenemos por qué aplaudir, que ella y Susana cocinan todos los días y el boludo de Julián no les hace fiesta por eso.
Mario agarra la tabla que ahora está vacía sobre la mesa, sale al patio y vuelve a entrar con el resto del asado, porque la garúa se está volviendo más intensa y se le va a apagar el fuego y mojar toda la carne. Antes de sentarse, busca el control remoto.
– Mario, no prendas la tele. La vez que los chicos no están con el telefonito y podemos charlar, vos vas a poner eso – Le dice Susana, y Mario deja el control en la mesa.
Juana está sentada en su silla también, que no la eligió pero le gusta mucho igual porque da justo a la ventana del patio. Le gusta comer, balanceando sus pies que no llegan a tocar el piso para adelante y para atrás, mientras vé al Tomy afuera, su enorme perro marrón, que está apoyado contra la ventana, parado sobre sus patas traseras, chusmeando el almuerzo desde afuera y lloriqueando un poco. Es que el olorcito del asado le da un hambre a él también, pobre, piensa Juana.
Su papá todos los domingos dice que se parece a una “vieja del barrio” cuando lo ve mirándonos comer y lo caga a pedos, porque el ruido que hace le molesta para escuchar el televisor, y pone más fuerte. Susana hace unas caras que Juana no puede entender qué significan. Son como de enojo. No, como de tristeza, no. No sabe.
Susana y Lucía empiezan a levantar la mesa con mucha paciencia. No quieren apilar los platos porque la grasa del asado hace que se pegoteen todos debajo y, como no tienen agua caliente en la canilla de la cocina, se les hace difícil sacarla y si Mario llega a agarrar un plato pegoteado, se arma.
– Vos ya tenés edad para colaborar, Juanita. No te hagás la boluda y juntá las servilletas sucias, al menos. Ya tenés que ir aprendiendo – dice Mario mientras agarra otra vez el control del televisor. Juana atina a tirarse de la silla, pero mientras pone sus piecitos en punta y se sujeta del respaldar con su mano, Susana le hace una seña con la mano de que no. Y se queda sentada, mirando desde la ventana al Tomy.
– “Se fue al boliche y no volvió a su casa. Sus amigas afirman que se fue del local bailable con un chico que conoció ahí, pero luego de localizar al sospechoso él lo desmintió de forma rotunda” – se escucha en el noticiero, y su papá esboza una carcajada fingida.
– “¿Cómo se va a ir con un desconocido? Porque su círculo cercano afirma nunca haberla visto con este muchacho, entonces lo sospe…”- dice el conductor de NotiCielo, interrumpido por el pulgar de Mario que, desinteresado, pone rápido el canal 26, el de deportes.
– Otra vez lo mismo ¿Viste Lucia lo que le pasa a las chicas que van al boliche? – dice Mario.
– ¿Por qué me decís así? ¿La culpa es mía si me matan, porque salgo? – dice Lucía. Pero Mario ni le responde. Lucía se para entre el televisor y su papá, interrumpiéndole la visión, con ánimos de obtener una respuesta.
– Ves, ¡te digo que no prendas! Si no son esas noticias espantosas, son las carreras – exclama Susana. Pero él sube más el volumen, y el ruido que hacen los autos cuando la cámara los enfoca se torna insoportable.
– No empieces con ese cuentito Lucía, que me tenés repodrido – Mario cambia su tono de voz, es más grave, y fija su mirada en Lucía.
– ¿Cuentito? ¿Vos sabés quién mató a esa chica? Escuchá la noticia entera – dice Lucía.
– Pero es lo de siempre, pendeja, ¿Te pensás que nací ayer? ¿Que esto no pasaba antes?
– Claro, y porque pasó y sigue pasando, está bien ¿No?
– Que muera gente nunca está bien – dice Mario con ese mismo tono, grave, pero ya torciendo su ceño hacia adentro, como mirando a su hija mayor entre ceja y ceja.
– Que maten a mujeres, papá. Porque no es “gente”, somos mujeres. Y no es casualidad – y Lucía deja de hablar porque su mamá, que con los años se volvió una experta en hablar sin hablar, junta sus manos y cierra sus ojos como rezándole a Dios que su hija se calle.
– ¡No empieces con ese discursito de mierda Lucía, la puta madre! – grita Mario mientras se para, extendiendo sus brazos hacia abajo, como dándose impulso para levantarse de la silla, moviendo sus dedos como si tuvieran cosquillas.
Susana ve como Juana se empieza a refregar los ojos y en un rapto agarra el control remoto, como quien quiere apaciguar a la fiera, y sube el volumen.
– “Acaba de superarlo y le queda media vuelta, Mariano, para convertirse en el máximo ganador de la temporada”- dice el locutor y Mario, como el Tomy mientras comen el asado adentro, se sienta de nuevo en la silla para contemplar aquel espectáculo de motores que está por terminar y que lleva a su favorito a la victoria -¡Vamos carajo!- dice.
Juana mira por la ventana, pero llueve tanto que el agua forma una cortina. Cree que eso es muy raro, porque si el agua es transparente se tendría que ver bien del otro lado. Sin embargo, no ve mucho. Piensa si los peces podrán ver abajo del agua cuando llueve y el mar se mueve.
De lejos, allá en el pasto, le parece ver la silueta del Tomy. Cree que a su perro le gusta estar sucio, o eso parece, porque se está revolcando en el barro igual que ayer, “como un chancho”, le dijo Susana mientras lo retaba. Le pegó y todo, se acuerda Juana, pero el Tomy lo hace igual. Es como si no la escuchara, como su papá.