Por Federico Ternavasio
Te escribo para contarte que estoy amargado. Como mucha otra gente, casi por los mismos motivos. Te escribo para discutirte algunas cosas, para que pienses conmigo algunas otras. Porque me dijiste que vas a votar a Milei. Y ya sabés que a mí Milei no me gusta. Porque quiere hacer creer que la palabra libertad es propiedad privada de los liberales o neoliberales. Porque quiere hacer creer que “libertario” es alguien que lucha contra el gobierno del Estado y en favor del gobierno del mercado, cuando libertarios eran los anarquistas que querían la revolución social. Pero a esto ya lo hablamos, no me voy a enganchar con las palabras, porque sabés que me voy por las ramas.
Vayamos al caso. Quiero decirte que quienes acompañan a Milei son fascistas, pero yo sé que vos no sos fascista. Aunque lo quieras votar, si fueras fascista no podría decir que entre vos y yo existe una amistad. Por lo demás, no hay diálogo posible con un fascista. Al fascismo no se lo convence, se lo combate. Yo creo, o quiero creer, que vos votás a Milei por otros motivos.
Sí, quienes acompañan a Milei son fascistas, y no me refiero a un fascismo “etimológico”. No me vengas con que en sus orígenes quiere decir esto, o que para Mussolini quería decir aquello. Acá ya sabemos qué quiere decir fascismo. Son fascistas quienes basan su accionar en el odio a un enemigo interno o externo. Quienes creen en la superioridad de su propio grupo frente al resto. Quienes apoyan a dictaduras militares autoritarias y antidemocráticas. Quienes revindican dictaduras del pasado. Es fascista quien practica el autoritarismo, quien es verticalista, quien cree en un líder supremo, quien está en contra de las prácticas democráticas, quienes no aceptan la diversidad de estilos de vida y de opiniones.
Yo tengo un índice para medir el fascismo o al menos el protofascismo. ¿Tenés dudas sobre si vos particularmente sos fascista o no? Volvé unas líneas atrás y preguntate, “¿Puedo llegar a cambiar de opinión?”. Si la respuesta es no, posiblemente estés llegando a cierta posición fascista. Si en cambio, sos una persona que decide sus posicionamientos a partir de razonar (y sentir), y por mucho convencimiento en sangre que corra en tus venas, sabés que si alguien te da alguna buena razón, una buena serie de argumentos, podés llegar a cambiar de opinión, entonces estás alejado de una posición fascista.
Ojo, cambiar de opinión no es lo mismo que panquequear. Porque no es lo mismo crecer que ser veleta. Panquequear es cambiar de opinión por conveniencia. Como sé que no sos fascista –ni panqueque– y creo que existe en vos la posibilidad de pensar otra cosa; como sé que tus opiniones actuales, que tu candidato actual, lo elegís por una serie de razonamientos, me atrevo a discutirte un par de cosas.
Partamos de una base: coincidimos en el diagnóstico. Hay pobreza, esto no da para más. Hay inoperancia política, siempre ganan los mismos y siempre pierden los mismos. Estamos de acuerdo. Hay mucha gente que cobra salarios en el Estado y que no desempeña las funciones que se supone tiene que desempeñar. Estamos de acuerdo. La inflación nos complica la vida, la devaluación nos complica la vida, el dólar parece más estable que el peso. Estamos de acuerdo. Como te digo, te concedo por completo el diagnóstico. Te concedo por completo las características del problema, aunque acá o allá lo formularía de una forma diferente a como lo formulás vos.
Donde no coincido es en lo que vos ves como una solución. Lo que vos ves como una solución es, en realidad, una profundización de los problemas.
La promesa en la que vos me decís que creés es que un libre mercado, una cero intervención del Estado, generaría que se terminen todos los problemas del país. Pero esto es falaz. Salvo que se crea en que la gente es inherentemente bondadosa. ¿Por qué el empresariado pagaría un salario justo –ni hablar un salario alto– si puede pagar un salario bajo y embolsillarse más? El manual dice: porque sus empleados y empleadas se irían a trabajar a otro lado. Pero cualquiera que tenga un trabajo sabe que esto no es lineal. Irse de un trabajo puede querer decir meses sin conseguir un nuevo empleo. Puede querer decir desarraigo, cambio de localidad, puede querer decir alejarse de la familia. Esto sin contar que hay una larga fila de desocupadas y desocupados dispuestos a trabajar por un salario menor que el que vos aceptarías. Por eso, al empresariado le sirve la desocupación, porque tira los salarios a la baja.
Ojo, yo no creo que la gente sea inherentemente mala. La gente es a veces buena, a veces mala. En general es buena cuando es fácil ser bueno y es mala cuando ser bueno es difícil. Entonces hacen falta condiciones para la bondad. En estos temas, esas condiciones, son reglas.
No te engañes, los Estados modernos fueron creados por la burguesía para resguardar los intereses del mercado. Lo que pasa es que después un puñado de gente se sentó a disputarle al Estado derechos y garantías para que no nos aplaste, y entonces se volvió algo que a los mercados le molesta, les estorba.
Yo lo que no quiero es que te confundas. No creas en falsos profetas. No creas en mesías –salvo, capaz, Messi para el fútbol–. No creas en soluciones mágicas. La verdad es siempre más compleja. El mercado no nos va a salvar. El Estado no nos va a salvar. No nos va a salvar un adalid del libre mercado como Milei. No nos van a salvar las columnas “k” ni las columnas “m”. Quien vote con criterios personalistas, quien vote con criterios místicos, quien vote la salvación, vota como un niño, como una niña.
Yo, vos ya lo sabés, soy medio anarquista. Adjetivo con el “medio” porque no creo que podamos prescindir, hoy por hoy, del Estado. Porque el Estado es muchas veces responsable de las represiones y otros males, pero para quienes luchamos desde algún lugar es también una herramienta para garantizar derechos. Una herramienta imperfecta que, como muchas otras, algunas veces se vuelve un espacio de provecho para las personas advenedizas, oportunistas. Esas personas que proliferan cuando la gente no se involucra.
La única salida no es por Ezeiza, con vos ya lo hemos hablado. Porque vayas donde vayas estos problemas te van a seguir. Porque el mundo que hemos hecho tiene estas mierdas, así como tiene sus pequeñas glorias. Tenemos arte, tenemos ciencia, tenemos vínculos. Y ninguno de ellos es rentable, ninguno es negocio. Y necesitamos de ellos para vivir, porque vivir no es solamente trabajar. Claro, necesitamos garantizar pan, techo, educación y salud para todo el mundo. Pero al mercado eso no le importa. Es más, te diría que no le conviene.
La única salida es desde abajo. La gente cuando coopera encuentra soluciones. Lamentablemente, se acuerda de cooperar cuando los desastres ya han ocurrido. ¿Será que podremos cooperar, ser horizontales, organizarnos comunitariamente, antes de que el desastre ocurra?
Votar es lo de menos. Y sin embargo votar es fundamental. Será un voto con desencanto, un voto desconfiado. Pero no puede ser un voto que destruya las pocas instituciones -imperfectas, mejorables- que tenemos. No puede ser un voto que nos saque los pocos derechos conquistados.
Vivimos un día a día en el que sentimos que perdemos la batalla. Votar a Milei es rendirse. Votar a las otras opciones, en muchos sentidos, es claudicar quizás en nuestras convicciones, pero con el fin de seguir en un país donde podamos al menos, conservar lo ganado y pelear por lo que queremos mejorar.
Algo es seguro. Gane quien gane habrá que pelear. Quienes no somos el Estado ni somos el mercado, quienes tenemos algo, poco o nada, vamos a tener que pelear. Nada de dormirse la siesta porque gobierna lo menos peor, nada de sentarse a esperar que las cosas se solucionen desde arriba.
La libertad no es un concepto de mercado. “La libertad –dijo Maite Amaya– es un músculo a ejercitar”, lo aprendí de la pared en una biblioteca de acá de Santa Fe. Biblioteca autogestiva que no al cuete se llama “La Libre”.
Ejercitamos el músculo de la libertad cuando no nos comemos el verso de ningún salvador, de ninguna salvadora. Cuando pensamos, cuando creamos. Cuando actuamos por el bien común, un bien común que incluye a quienes piensan distinto, a quienes nos caen mal.
Quisiera que discutamos tantas cosas, pero acá el espacio es limitado. Vos sabés que yo estoy con una beca en Conicet, y te imaginarás que me jode que digan que van a cerrarlo. Pero me jode más porque mienten. Si van a cerrar Conicet, o cualquier otra dependencia del Estado, para darle de comer a los pobres, para que nadie pase hambre o nadie quede en la calle, te lo regalo todo con un moño. Pero es mentira. A eso Milei lo llama socialismo. Todo lo que quieren cerrar es para beneficiar a sus amigos de la plutocracia, para beneficiar al gobierno global de los billonarios.
El show de la motosierra empezó hace rato, impulsado por fundaciones globales interesadas por mercados libres con mano de obra precaria. La motosierra busca cortar, decapitar, destruir. El show parece entretenido mientras se lo mira de lejos. Pero, ¿Qué va a pasar cuando la motosierra llegue hasta vos? Ojo, como decía un viejo poema alemán, llegará el momento en que te toque a vos y puede que quienes creemos en el apoyo mutuo –más allá de los partidos y las elecciones– ya no podamos ayudarte. Ahí está, es el escenario temido: un mundo donde ya no podamos ayudarnos. Un mundo por completo del mercado. Un mundo tan terrible como aquellos donde todo es por completo del Estado.
Ojalá te haya convencido de no rendirte. Del otro lado quieren ofrecerte muchas certezas –la ignorancia es madre de la certeza–, yo acá espero encuentres alguna duda. Con eso me alcanza para sentir que esta conversación tuvo sentido. Nos vemos che, ojalá que pronto. Ojalá que todo vaya mejor. Me corrijo. Ojalá que podamos hacerlo todo mejor. Un mundo bajo aquél viejo lema ácrata, un lema de verdadera libertad: para todos, todo.