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Desde el horror; dos historias que se unen en un mensaje de esperanza

Hugo Soriani y Miguel Savage presentarán este sábado en Sastre sus libros “Las cartas del capitán” y “Malvinas. Sobrevivir y honrar la vida”

Por Lucho Milocco

El próximo sábado 16 de septiembre se presentarán los libros “Las cartas del capitán” de Hugo Soriani (cofundador del diario Página 12) y “Malvinas. Sobrevivir y honrar la vida” de Miguel Savage (ex combatiente) en la sala Monticello D’Alba de la Sociedad Italiana de Sastre, en un conversatorio entre sus protagonistas que promete ser profundo y emotivo.

El encuentro fue programado para las 19 y está organizado por El Desarmadero Espacio Cultural y la Biblioteca Popular General San Martín, con entrada gratuita. Los participantes tendrán la posibilidad de compartir miradas y emociones con los autores de ambos libros, que resumen experiencias de vidas paralelas, que se unen por el horror que sembró la dictadura durante los años que gobernó la Argentina.

Soriani, Savage y Milocco participarán de la presentación del libro y la canción “Lana”

El monstruo desde adentro

Es diciembre de 1974 y el conscripto Hugo Soriani de 21 años transitaba sus últimos días como colimba en una Argentina políticamente convulsionada que lo encontró, a su vez, militando en los movimientos de izquierda en su querida Buenos Aires, como muchos de los jóvenes de la época. Heredó y comparte con su padre, el capitán Soriani, militar retirado,  el amor por River Plate y la música, entre otras cosas. Pero también, se diferencian en las miradas políticas.

El  país estaba en ebullición y pocos se imaginaban el horror que en sólo unos años iba a suceder, pero el capitán que “conocía al monstruo desde adentro” como lo definía él mismo, temía por el desenlace y sus consecuencias.  Temía por su amado hijo.

Una noche cualquiera, Hugo fue detenido junto a ocho conscriptos más y empezó un derrotero que lo tuvo recluido en las prisiones de Magdalena, Caseros, Devoto y Rawson, torturado y en condiciones indignas durante casi 10 años.

Las cartas con su padre, urgentes y necesarias, fueron un boleto a la esperanza, la tinta se hizo retina para ver el mundo, aunque breve, más allá de la celda de dos por tres. Puño y letra que se convierte en abrazo, un salvavidas de encuentro en un océano de soledades y temores. 

Soriani permaneció 10 años encarcelado como preso político.

El 24 de marzo de 1976, Hugo ve desde la ventana del penal, los tanques tomando las calles y entendió de que se trataba. Un golpe de estado instauró a la que será la dictadura más sangrienta de la historia Argentina. Desde ese momento, la cosa empeoró para quienes caían en manos de los militares. 

“Te aviso que tus cartas no están llegando, pero te pido que no dejes de escribirlas, porque la escritura misma te ayudará a pasar mejor las horas (…)”, le dijo el capitán sabiamente a su hijo.  

El horror se convirtió en sangre que bañó las calles de las ciudades y la muerte estaba en cualquier rincón. Pensar distinto podía costar, como mínimo, la prisión, la tortura o peor, la muerte y la desaparición. Ahí estaba Hugo, sobreviviendo a ese destino y a la locura del encierro. Ser un preso político, un preso “legal”, aunque su condena era insostenible en término jurídicos, lo protegía, en teoría, del destino que 30.000 ciudadanos sufrieron, pero aún así, sabían que nada garantizaba la vida con un Estado gobernado por asesinos perversos.

Todos los días lo mismo, incomunicados, sin recreos, sin distracciones, sin espacio, sin colchón, sin inodoro, regando la esperanza con las cartas de su padre y las visitas de cuando en cuando, fueron pasando los meses y los años. 

Euforia y miedo

Es abril de 1982 y el conscripto Miguel Savage de 19 años estaba a 10 días de la baja del servicio militar. Una mañana, como tantas otras, tomó el tren a La Plata para dirigirse al polígono de tiro donde estaba asignado como personal de mantenimiento desde el mes primero. “Corre, limpia y barre”, esa había sido su rutina durante 14 meses. Más cerca de la escoba que del FAL.

Savage encontró en un simple pullover azul, un motivo para sobrevivir en Malvinas.

Pero esta vez, el clima era distinto. Había camiones Unimog cargando y descargando soldados y armamentos. Se podía ver la euforia en los militares y el miedo en los conscriptos.

El 2 de abril, los militares, que estaban en el poder desde aquél fatídico 24 de marzo de 1976, anunciaban que habían “recuperado” las islas Malvinas y “preparaban” a las fuerzas armadas para entrar en combate si era “necesario”. 

Miguel no volvió a subir al tren, sino a un micro con todo el Regimiento 7 y luego a un avión que los llevaría a la Patagonia, pero esta vez le cambiaron la escoba por una ametralladora PAM 9 mm vieja.

Ropa de fajina con olor a orina, un paño de carpa gastado, campera, guantes y borcegos, era todo su equipamiento para enfrentar el frío polar. Llegaron a Río Gallegos y al día siguiente, volaron en un Hércules directo a Malvinas. Todo lo que vino después fue el horror. 

Los conscriptos argentinos estaban bajo el mando de unas fuerzas armadas que habían sido entrenadas por la Escuela de las Américas bajo la doctrina de seguridad nacional para eliminar al “enemigo interno”. Es decir, eran expertos en torturas, secuestro y desaparición de compatriotas pero nada sabían de guerras contra un enemigo externo y mucho menos en un territorio desconocido.

Aún así, enviaron a 12.500 civiles de 18 y 19 años que estaban transitando el servicio militar obligatorio a combatir en una isla contra la marina más poderosa del mundo y unas fuerzas armadas bastas en recursos económicos, tecnológicos y humanos.

Los pibes de la guerra

Se parecía más al genocidio que venían llevando adelante desde el 76 contra su propio pueblo que a la lucha por la soberanía del territorio Argentino. De todos modos, la sociedad lo festejó y allí fueron los colimbas a la guerra. El panorama era infernal para Miguel y sus compañeros que luchaban contra el clima, contra los ingleses y contra el maltrato y la tortura de sus propios jefes.

En las peores condiciones y con 20 kilos menos por la falta de alimento, Miguel escribía cartas a su familia y amigos como una manera de conectarse con la vida y de planificar un futuro lejos de ese infierno que duró 74 días. El desenlace fue trágico y la noche del 11 de junio el Regimiento 7 fue diezmado en la batalla de Monte Longdon, la más cruenta de toda la guerra. Entre una lluvia de artillería, esquivando las bombas, las esquirlas y las balas trazantes Miguel entró al pozo con sus compañeros, rezando por sobrevivir.

Los estaban aniquilando pero lograron zafar por poco. Sabían que era el principio del fin. Querían que se terminara esa pesadilla absurda. Sabían también que la rendición, significaría el fin de la dictadura.

La derrota

El 14 de junio el genocida Mario Benjamín Menéndez, nombrado gobernador de Malvinas y quien, en su miserable vida solo había disparado un arma contra sus compatriotas en Tucumán unos años antes, es decir, que había matado mas argentinos que un soldado inglés, firmó la rendición y los colimbas emprendieron su regreso al continente. 

Miguel, junto a todos los combatientes llegaron a Campo de Mayo, donde fueron escondidos para que los familiares no vieran el estado en el que estaban. Allí, donde unos meses antes funcionaba un campo de exterminio. En las cárceles y en los centros clandestinos de detención se empezó a vivir lo que anticipaba el fin del horror. Nadie lo decía pero todo el mundo lo sabía. En el penal de Rawson, Hugo y sus compañeros sospechaban que a los milicos les quedaba poco.

El resultado de la guerra y el impacto de la rendición en una sociedad que había comprado la victoria mediática y exitista, acabó por costarle el cargo al genocida Leopoldo Galtieri y asumió  Reynaldo Bignone con el plan de realizar la transición a un gobierno democrático. Como parte de ese proceso, liberaron a los presos políticos cuya situación legal era escandalosamente ilegítima y le dejaron a Raúl Alfonsín otro paquete de cientos de presos políticos para condicionar su gobierno. Entre los primeros, salió Hugo, luego de casi una década de encierro. 

Es 1983 y Hugo Soriani no conoce a Miguel Savage, pero ambos están increíble-mente vivos experimentando lo que Miguel define como “la euforia del sobrevi-viente”. Ambas historias se cruzan de tal modo que nos invitan a repensar nuestra propia historia como país, como sociedad pero que, a su vez, portan en si, los rasgos mas maravillosos de la humanidad que brotan en los peores momentos como el compañerismo, el amor, los vínculos, la familia y el brillo del sol pegando en la cara diciendo: estás acá.

La canción del pullover azul

“Lana”, la canción y el video que Lucho Milocco y León Gieco lanzaron a través de redes sociales, basados en el testimonio del ex combatiente de la Guerra de Malvinas, Miguel Savage, se interpretará el sábado 16 en la Sala Monticello D’Alba de Sociedad Italiana.

En tono de milonga sureña, el trabajo de ambos artistas respeta y reivindica “la otra mirada” que Savage aporta sobre el conflicto del Atlántico Sur y propone adentrarse, una vez más, pero con un claro sesgo divergente, en la historia sin recortes sobre cómo vivieron los soldados los 74 días que duró la guerra en 1982.

La canción, cuya letra y música pertenecen a Milocco y Federico Cáneva, resume de un modo magistral las vivencias que el veterano Savage -nacido en Adrogué, Buenos Aires, pero radicado en Venado Tuerto desde 1991- plasmó en su libro “Malvinas, sobrevivir y honrar la vida”.

“La idea surgió luego de una entrevista que le realicé a Miguel en un ciclo que emití vía streaming durante la pandemia, llamado ‘Una historia de amor”, contó Lucho a EL IMPRESO. “Me impactó porque nunca había escuchado un relato desde ese lugar, con una mirada muy amplia, que contemplaba lo social, lo político y lo humano y que no quedara en un hecho ‘patriótico’, como se pinta en cada acto conmemorativo”, sostuvo. A partir de allí quedaron conectados y se hicieron amigos.

La historia ubica a Miguel como un soldado de 19 años y con solo un día de instrucción de tiro luchando contra los ingleses en Malvinas. A él le tocó contar uno de los momentos que más lo marcó y fue la historia del pullover azul, un episodio que, según cuenta, lo ató nuevamente a la vida.

Una idea difícil

“En una de las charlas él me propuso hacer una canción con esa historia. Le dije que si y después pensé que era muy difícil. Había que hacer una canción sobre un pullover y al mismo tiempo, no caer en describir la guerra desde un lugar de honor y gloria, porque no es su mirada. Él se considera, y así lo cuenta, como una víctima más de una dictadura genocida, en un contexto de guerra”.

Lucho se llevó la idea, pero no la forzó, no se lo propuso como objetivo. Un día, mientras tocaba la guitarra, distendido, le llegó una melodía y el primer fragmento de la letra. “Fueron dos estrofas que inmediatamente le pasé a Miguel. Me respondió que lo emocionaron y que estaba bien, que la cosa iba por ahí”, relató y añadió: “Seguí escribiendo. Me interesaba que no fuera una canción de rock justamente por lo que estaba en disputa, una cuestión de soberanía. Entonces quería que fuera folclórico y una especie de milonga sureña me caía como lo más indicado para pintar el paisaje”.

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